En mi consideración personal, el tema de los límites siempre da oportunidad de hablar sobre las relaciones con los otros, y hasta con lo otro.

En marzo pasado, luego de mucha polémica y preocupación, todos fuimos testigos de la Cumbre de Río que se celebró en República Dominicana, y que permitió sellar, al menos momentáneamente, la paz que se vio alterada por la incursión de tropas colombianas en territorio ecuatoriano.

Este resumen muy, pero muy sucinto del hecho, nos da pistas del mundo de las relaciones humanas que nos podrían servir e ilustrar en temas anteriormente tocados en esta columna.

Cuando «el otro», con o sin razón, con o sin argumentos, infringe nuestros límites, es necesario y oportuno que nuestra «fiera interna» despierte, y se exprese un reclamo contundente que logre marcar precedentes y dejar muy claro que acciones como esas no se pueden permitir. Ante la humana indignación del violado, es importantísimo que exista la catarsis, que se exprese la furia para que ésta salga y cabalgue los terrenos necesarios.

Una vez expresada la ira, ésta baja la temperatura, y es aquí cuando nos podemos volver a sentar, valorar lo valioso, escuchar lo sustancial y abrirnos a la posibilidad de un perdón, pero nunca sin que antes el trasgresor mida la fuerza de la incomodidad de la víctima. Así lo ocurrido, aparte de haber sido un hecho lamentable, permite remarcar los límites, ahora a la luz de testigos que presenciaron la fuerza del reclamo, y que si bien propician la reconciliación, también dejan por sentado que pueden ser ellos, a futuro, los afectados. Y es aquí, cuando aplaudimos el triunfo de la jornada; cuando el desagradable hecho permite re-valorar las partes, re-marcar los límites y mantenernos, a partir de ahora, en una celosa vigilancia.

Cuando defendemos nuestros límites como persona, profesional, grupo, nación, continente, NO nos plantamos en guerra, sino en alerta, a sabiendas que ninguna posible relación se puede fundar en las bases de desconocer el territorio SAGRADO para el otro; en ese sentido, pueden crecer los afectos y la unión; en el desconocimiento de esto sólo crece la humillación y el resentimiento.

Todo problema relacional, igual que diplomático, tiene su génesis en que alguien, queriéndolo o no, se lleva por delante los límites del otro. Mantenernos alerta en las relaciones implica resguardar celosamente nuestros límites.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga