Continuando con lo compartido sobre la traición y la infidelidad, hay un aspecto que considero fundamental, y es cuando aquellos que se sienten víctimas de la infidelidad se ven atrapados como por una fuerza desconocida que busca hallar pruebas, y no se detienen en la necesidad de saberlo todo, cueste lo que cueste.
No cabe duda que todos poseemos una parte sombría que mueve una especie de morbo en entrar en el otro y descubrirlo, para terminar comprobando lo que siempre supe: «Me es infiel», pero creo que en la estructura profunda lo que se mueve es esto: «Ajá, con esto corroboro lo que siempre creí de mí, este ser, como ningún otro; me puede amar totalmente».
Maritza, de treinta y nueve años, y diez de matrimonio, entusiasmada por unas compañeras de trabajo, fue donde una cartomántica «buenísima», quien, luego de tirar sus cartas le dijo: «Amiga, estos son cachos, y tienen tiempo, con una mujer joven que trabaja con él, y cuidado porque esa mujer le quiere parir un muchacho».
Esas palabras de la «buenísima», cambiaron para siempre la vida de esta mujer quien sentía estable ese aspecto de su vida. A partir de allí se le despertó una fuerza interna que, en palabras de ella misma, la poseyó, y comenzó el calvario. Revisión de las cuentas a través de un contacto en el banco, revisión de las cuentas del celular a través de otro contacto, y ella se dedicó, con su sobrino adolescente, a buscar las claves en la computadora personal del marido. Como quien busca encuentra, encontró mil cosas, ninguna arrojaba información concreta, pero se prestaban a diversas interpretaciones. Así, enfrentó al marido con todas las supuestas pruebas. Mientras le gritaba, lloraba y decía mil veces que ella no merecía eso, él la oyó hasta el final, llenándose de indignación. Dio media vuelta, recogió sus cosas y la dejó diciéndole: «Nunca sabrás si yo tengo o no algo, pero lo principal es que destruiste mi confianza en ti, y yo no puedo vivir, y menos dormir, con alguien en quien no confíe, lo siento, esto se acabó».
Si bien es cierto que es posible el que se nos despierte ese morbo de investigar, descubrir, etc., es precisamente nuestro lado adulto el que nos debe alertar de lo que podemos llevarnos por delante. Hay cosas sagradas, que una vez rotas, son difíciles de restablecer.
Cuando invadimos lo íntimo del otro, tenemos que estar muy claros y seguros de lo que hacemos, pues entramos en un territorio que no nos pertenece, y que viola el espacio del otro.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga