El tema de la felicidad es recurrente en mis conferencias; primero porque tengo un libro publicado en 1998 llamado El Derecho a la Felicidad, luego porque constantemente tengo que desmontar conceptos virginales y muy poco humanos de felicidad, y en tercer lugar porque son comunes los correos, y preguntas como éstas: -«¿Y cómo haré yo, a mis sesenta años, si aún no he sentido la felicidad?» Creo que felicidad se asocia a cualquier cosa, quizás a orgasmo, a riqueza, a totalidad, a poder, a control, y muchas veces, a estupidez.

En meses pasados, alguna encuesta sacó a Venezuela entre los primeros países con alto índice de felicidad, dato éste, exaltado por todos aquellos que necesitan que sigamos en la embriaguez.

En mi opinión, los indicadores de felicidad de esas estadísticas, quizás se basen en aquello de lo cual abusamos, desdibujando su verdadero sentido. Me refiero a: nuestro antiparabolismo, nuestro humor quita pesares, nuestro «no te enrolles, la vida es muy corta», nuestra ligera memoria, y nuestro sentido infantil de ver el acontecer. Todo esto, engloba quizás lo más sombrío de nosotros, repito, no en su esencia, sino en las formas en que las usamos.

Cuando la realidad golpeante, nos la arrebata un chiste, pierde contundencia y deja de convertirse en esa piedrita en el zapato que, como me molesta, tengo que hacer algo. Cuando espero que otro haga lo que me toca a mí, en cualquier escala de la vida, entro en un estado infantil que me paraliza en la frustrante espera de ese ser que lo realice. Cuando evadimos algo que agrede nuestra cotidianidad y hasta nuestra dignidad como pueblo, pensando que en mi vida todo está bien; y cuando oigo a alguien que reiteradas oportunidades me ha mentido, me ha mostrado su poca ética y su ineficiencia, y vuelvo a creer, el aprendizaje se hace lento y muy torpe.

Yo no quiero esa felicidad, yo no quiero ser visto como tonto, yo quiero crecer con todo el acontecer de un país inmensamente rico en potencialidades y profundamente pobre en realidades.

La felicidad, en mi opinión, no es más que una cara de la moneda, todo la posee potencialmente, y termina siendo esa satisfacción que genera el deber cumplido, ese dolor que se transformó en posibilidad, ese conflicto en el cual hoy nos abrazamos, no es más que eso, de lo contrario, estamos hablando tonterías.

Creo en el día que, en lugar de aparecer en encuestas de felicidad, aparezcamos en las de satisfacción, en las de orgullo, en las de pasión por nuestra patria.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga