Continuando con el artículo anterior, el cual dediqué a la rendición; cabe recordar que me referí a que la madurez de la vida nos muestra claves importantes para ser cada día más dueños de nosotros mismos.

Por eso la rendición, como principal y primera herramienta, nos pone en un contexto personal y hasta psíquico de otro tenor, cambiando la fuerza por fortaleza, la reactividad por pasión, el deseo de ganar, por el de crecer; y allí algo de nosotros se transforma en oportunidad de emprender, continuar o finalizar cada una de nuestras batallas, sean internas, externas o ambas.

El otro regalo que nos da la vida en cuanto aceptamos el campo de batalla y escogemos cómo lo queremos vivir, y qué queremos o podemos transformar en él, es la oportunidad de escoger nuestras propias batallas. Cuando soltamos el deseo de ganar, de recibir reconocimientos, entonces comienza a valorarse lo realmente valioso. Cuando el objetivo es ganar por ganar, o huir de eso que se nos muestra bien sea por miedo, evasión o comodidad, perdemos la capacidad de observar los acontecimientos, los enemigos o los obstáculos con otros ojos, con la visión de un guerrero que tiene su tempo interno y lo respeta, que valora la vida y la cuida, que enriquece sus emociones y que hace de este arte una auténtica pasión.

Por todo esto, no pierde tiempo en batallas que otros quieran plantear, en enfrentamientos estériles que den de comer los sentidos de los espectadores, y sabe, sobre todo, cuándo es su responsabilidad, cuándo la del otro y cuándo de lo Divino. Es así como escoge dónde pone el corazón, las vísceras y la mente para ver qué hace con lo que le toca, y cómo lo transforma.

La madre de un buen amigo, luego de regresar de su última quimio debido a un tumor maligno, me dijo: «¿Sabes de qué estoy segura yo hoy? Que ahora sí entiendo de las batallas que hay que dar y no me presto para guerritas, uno pasa la vida en eso hasta que te pasa algo como esto, y si Dios me da vida, ten la seguridad que ahora hay otra mujer en mí.

Ya no tengo tiempo que perder en pendejadas, y si algo es un regalo de la vida, es la oportunidad de decidir».

De eso hacen cinco años y cada vez que veo a esa mujer, ya saludable y llena de vida, me resuenan sus palabras y me las repito como un mantra sagrado.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga