En una oportunidad me encontraba en una reunión de conocidos, hablando de mi tema favorito: los viajes por el mundo.

En un momento alguien me preguntó que en cuál ciudad viviría que no fuera Caracas, y sin dudar contesté una capital de Latinoamérica. Cuando me pidieron explicación, dije una serie de razones y agregué que era de los poco países donde había visto un sentido sustancial de la amistad. Hubo un silencio y alguien dijo: «Pero si vives en Venezuela, donde la amistad es importantísima». Y me permití contradecir tal opinión.

Creo que tenemos un país lleno de gente cálida, de puertas abiertas, con mucho humor y gran solidaridad, lo que permite una relación fácil, cómoda, laxa con quienes nos rodean. Este escenario da también para hacernos favores, permitir lo prohibido y hasta salvar a alguien desde un «es que ese pana me cae bien», hasta «tranquilo, yo tengo un pana ahí y él me lo resuelve». El pana no sabe mucho de nosotros, ni nos interesa que sepa, menos de nuestro entorno familiar o de nuestros padecimientos. Con el pana se comparten los ratos buenos y las emergencias súbitas, se habla de lo que se hace y de lo que tenemos, nunca de lo que somos. Lo que me conmueve específicamente de esa ciudad es que allí la amistad es otra cosa: es intimidad, es saberte, conocerte y leerte, es pertenencia familiar. Es el disfrute de lo íntimo, de lo cercano.

No cambio a mi país y sus maneras por esto, sentirse pana es también una bendición, pero me gustaría que se cultivara más la amistad, que fuéramos una familia grande. Alguien presente, luego de reflexionar sobre mi comentario, dijo que habría que comparar las historias de ambos países: ellos han pasado por dolor y miedo, años difíciles que los marcaron, y quizás en ese dolor es posible abrazar la unión, comulgar con el otro, ampliar la familia, y consustanciarse.

No deseo nada doloroso para mi país, pero es importante despertar a la fuerza del dolor, de la intimidad y del amor en un mundo que se nos vuelve superficial y nos deja desolados, donde cada día lo único que importa soy yo, y un coro de panas que me recuerden que soy popular, y que todos me quieren. Así, al rato, me vaya solito a lamerme mis heridas.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga