Cuando contemplamos una hazaña deportiva, una destreza física, mental, intelectual, y hasta un acto de magia que nos deja boquiabiertos, estamos seguramente ante alguien con talento y mucha práctica.

Lo imposible, a veces, se hace posible a través de la repetición constante y apasionada.

Y hay otras que parecieran venir implícitas y desarrolladas en cada uno de nosotros, y no es así, por ejemplo: el ser feliz, el desarrollarse, el obtener una satisfactoria versión de nosotros, el amar, el satisfacer y satisfacerme sexualmente, el besar, etc.

En una oportunidad, una señora me decía: «Yo tuve cuatro hijos, y ni los dos mayores, ni la menor me dieron dolores de cabeza, pero el tercero logró que me salieran canas verdes». Y se me salió contestarle: «Es que ese te enseño realmente a ser madre». Ella desdibujó la sonrisa, hizo silencio y asintió.

No cabe duda que nuestras áreas problemáticas nos ponen a practicar, a fallar y hacerlo una y mil veces, hasta que comenzamos a ver resultados. Por eso, una persona apegada a sí misma no le huye a las áreas difíciles, sino que las vive para alcanzar maestría en ellas.

Una vez, en un seminario de parejas, hice un ejercicio donde cada participante decía cómo consideraba su vida en pareja, le ponía un puntaje del uno al veinte, y debía expresar qué le había aportado esa dificultad.

Una de las participantes expresó: «Con mucho respeto hacia la mayoría que se ha evaluado con notas muy bajas, yo me pongo veinte; tengo veintiséis años de auténtico feliz matrimonio, con una familia bellísima, y estoy aquí porque una amiga me pidió que la acompañara, pero en verdad creo que esto no es para mí». Todos respetamos su intervención, entonces le pedí al grupo que se pusiera frente a la persona, a donde irían a buscar un consejo o sugerencia ante un problema de pareja que estuvieran viviendo y, de los sesenta, cincuenta y ocho se colocaron frente a la señora de los veinte puntos. Allí les dije: «No conozco a la señora, ni su vida, pero creo que ella es quien menos práctica tiene en resolver problemas de relación, en vivir crisis, en sentir que fracasa una y otra vez; por lo tanto, pienso que es la que menos los puede ayudar. Les recomiendo que siempre busquen no a quien les diga lo que deben hacer, sino a quien haga empatía con su sentir y les pueda hablar sentidamente de sus fracasos y victorias y, desde allí, abra una posibilidad en ustedes».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga