No me cabe duda de que amo mi trabajo y le imprimo mucha pasión, y creo que el mismísimo Dios, o el Universo, conspiran a veces para enriquecerlo, dándonos regalos del tamaño de este testimonio que, creo, resume mucho de lo que he escrito y dicho.»…Carlos, te sigo desde hace mucho tiempo, y de pronto se me ocurrió escribirte, no sé, creo que he aprendido mucho de lo que me sucede, y si puedo inspirar a otros, me encantaría. Tengo treinta y seis años, ocho de casada, me gradué de administradora, hice un post-grado en Mercadeo y otro en Comunicación de Masas, trabajo para una transnacional donde he surgido como la espuma, me considero de esas mujeres que llamas 4×4, con un marido a quien supe lo mucho que amaba ahora. Él es otro adicto al trabajo, al estatus, al colectivo, tal cual yo. Los dos competíamos sin decírnoslo, se nos fueron seis años en demostrarle al mundo lo triunfadores que éramos. Cambiamos sexo por logro, intimidad por imagen pública, amor por éxito; sin embargo, a esa máxima velocidad había un cable a tierra: no podía salir preñada. Pasé por varios tratamientos, hasta que después de muchos millones y padecimientos, se logró. Nació un bellísimo bebé pero con su lección para todos. Ernesto nació con una enfermedad degenerativa, de origen psico-motor que lo mantenía prácticamente paralizado. El tratamiento es carísimo, muy lento y de pocas esperanzas, pero las palabras de su médico lograron impactarme: «Científicamente no hay tratamiento eficaz, pero se han visto casos de los milagros que hace el amor». Te confieso que he pasado por rabias tan intensas que las puedo describir como furias, he llorado, sintiendo a veces que me voy a morir, y ahora entiendo lo que tú llamas «rendirse», porque lo he vivido intensamente.

Hoy, dos años después, me he realentado, he visto lo que había hecho con mi vida, con mi matrimonio, con mi parte herida, con mi visión del mundo. Y gracias a la dificultad de Ernesto, sabiendo que esto no es para nada deseable, me he dado la oportunidad de volver al amor, a mi intimidad, a mis silencios, a la valoración de lo que es realmente esencial, y te juro que veo con mucha lástima lo que hice de años tan fértiles, pero eso es pasado. Hoy en mi casa se cambió el lujo por la calidez, lo represivo por lo permisivo, lo formal y correcto por lo que sentimos y es sustancial. Con todo esto, en dos años, mi hijo camina, habla con poca claridad, y va camino a una vida humana, amada y muy fértil…».
Claudia.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga