Quizás uno de los deseos más acariciado de los mortales es encontrar una forma, sin efectos secundarios, de volvernos invisibles y fisgonear aquellas zonas, cuerpos, sitios o situaciones donde no sería fácil, moral o legalmente estar presentes corporalmente.
El hecho de que tarde o temprano nos moriremos constituye el ser corpóreo. Ahora, ¿Se han dado cuenta de la cantidad de veces que otros mortales asumen el hecho, cierto para ellos, de que al parecer somos invisibles?
En una oportunidad leí un sermón de un pastor de una iglesia que no recuerdo. Decía que hay formas muy sutiles de ofender a Dios, y una es perder conciencia de sus creaciones. Se refería a la índole y a las características de lo creado por tan supremo Ser. Por ejemplo, si al cielo sólo lo amamos en su esplendor lumínico y lo odiamos en los grises previos a una tormenta, desconocemos a ese cielo como creación, y ofendemos al Señor.
Asimismo, cuando alguien asume que a mí me encantaría algo, o decide algo por mí sin ni siquiera consultarme, o cuando voy a una tienda o buró de atención y nadie me ve, y me paro en un sitio visible y atienden a quien está detrás de mí o al que acaba de llegar, sencillamente me volví invisible para ese ser y ahí, si no me impongo y hago respetar lo que soy, ofendo al Creador y sumerjo a su obra, que soy yo mismo, en una característica que no me es propia.
Permitir sin poner un límite adecuado que alguien asuma decisiones, opiniones, selecciones, sin siquiera preguntarnos, es volvernos a sentir invisibles, y hace que los otros olviden rasgos esenciales de uno.
También cuando dejamos que otros en su «buena fe» lleven adelante proyectos, o planes que nos involucran, aceptando pasivamente lo que ellos decidan por aquello de no generar conflictos o dificultades, de nuevo nos volvemos invisibles.
Esto es válido como pueblo, como ciudadano, como familia, como comunidad, como grupo, etc. No podemos permitir ser invisibles en lo que tiene que ver con nuestras vidas, con nuestro tiempo y con nuestra convivencia.
Hagamos honor a nuestra humanidad, recordándonos que somos esencialmente visibles, y no permitamos que nos ofendan cuando otros asumen, con intención o no, que no nos ven.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga