No sé muy bien cómo abordar lo de la «suerte», porque si intentáramos definirla, se nos haría resbaladiza. Creo que la suerte es un factor individual, y funciona en nosotros, siempre y cuando, sintamos que la tenemos, y que nos beneficiamos de ella.
Quizás al observar la vida de los otros, nos quedamos atrapados en ciertos aspectos, que para los protagonistas y beneficiarios, no tienen ningún valor.
El otro día conocí, a una elegante y sensible mujer, quien estaba viviendo un duro duelo por la muerte de su marido, con quien estuvo unida cuarenta y tres años; cuando tomó confianza, se sentó a mi lado, y me contó con evidente dolor: «…Le juro que no tengo idea de cómo afrontar esto sin tomar fármacos, es demasiado duro haber estado una vida con un hombre que yo sé, sin duda alguna, que Dios lo hizo para mí, como a mí me hizo para él. Y esa convicción la tuvimos siempre, la sentimos en nuestros corazones, de forma tan cierta, como ahora siento que me quedan algunos años de vida sin él, y te juro que me aterra. Hubiera sido preferible un amor normal, sin tanta certeza, esto es muy difícil». Mientras me hablaba, y me conmovía con su dolor, yo pensaba: cuanta gente, incluyéndome, daríamos cualquier cosa por tener esa convicción hacia y de alguien que amemos y nos ame. Sin embargo, para ella, ese amor tan cierto, ahora era una carga pesada y difícil.
Por esto, creo que la vida se resume y se recrea, de acuerdo, no a lo que nos acontezca, sino a cómo vivamos cada una de esas situaciones, y de nuestra capacidad de ver en ella posibilidades, y utilizarlas; empresa nada fácil.
«A la gente linda siempre se le abren puertas». Decía una chica durante la espera de un casting para una cuña, y alguien que la oyó, muy bella por cierto, volteó y le contestó: «Bueno y qué quieres que te diga, te vuelves esclava de lo linda que te vean, ni siquiera de lo que realmente eres, y el talento que es lo esencial, lucharás con uñas y dientes para demostrarlo, y saldrá alguien que te dirá: eres bellísima, pero no. Así que no sé si el ser bella es una suerte o una dura condena».
Creo que los dones de la vida, también pagan un precio, y sí, es una suerte poseerlos, pero un duro trabajo aprender a utilizarlos, allí está el detalle.
Quizás todos sepamos qué hacer con la suerte que le dieron al de al lado, y no tenemos ni idea qué hacer con la nuestra, y así, vamos tejiendo la vida, pidiendo que se encienda nuestra suerte.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga