«¡Estoy harta de los hombres!» Me llegó diciendo Dulce, luego de su más reciente crisis matrimonial. Llorando, y con cara de desesperanza, me gritaba que ya se le cerraron sus caminos para con ese hombre que ha amado tanto durante diez intensos años.
-«No soporto más esa cosa imperturbable, que llega todos los días diciendo que todo está bien, que se mete a bañar, dura una hora leyendo la prensa y buscando el juego en la tele, y que, una vez comenzado el partido, se vuelve monosilábico, convirtiéndome en un saco de papas invisible y, mucho menos deseable para una frase amorosa, y ni pensar en un beso. No puedo más. No valen tetas nuevas, kilos menos, botox, hay una ausencia en presente que se me hace imposible vivirla». Continuaba: -«Es que no se expresa, pareciera que no siente, sin embargo con sus amigos, le sale como un líder de adentro, sonríe, es sensible, solidario, alegre, los escucha, no entiendo nada».
Entonces yo, interesado en el estado de Dulce María, abogada, bella y llena de brío, sólo pude expresarle esto: -«Amiga, ¿te has preguntado dónde o con quién lloramos los hombres, con quién nos sentimos cómodos expresando nuestro sentir, hablando de qué, que, a veces, no nos sentimos amados, sino exigidos, que sentimos que nadie realmente nos quiere sino que nos evalúan, que cargamos con la culpa infernal de no saber sentir, y resulta que ahora, tampoco sabemos hacer, y que si algún día le decimos a alguna mujer que nos ama que no podemos más, seguramente, se decepcionará de nosotros y nos dirá que hay que ser fuerte, que para eso somos hombres. Que la cueva (llámese amigos, alcohol, computadora, trabajo, televisión o prensa) constituye el único refugio posible donde, no hay afecto, pero sí tranquilidad, y por eso, no permitimos que ninguna mujer entre ni de vaina?»
Mi paciente, estaba perpleja, no sabía si llorar, pegarme, insultarme y sus ojos sólo expresaban: -«Ajá, ¿y ahora?» -«Ahora podrías pedirle el divorcio, y ser una de las tantas desoladas, que hablan pestes de los hombres, con la frustración de no poder conectar realmente con ellos; o le pones manos a la obra, y con paciencia, retomas el camino real al corazón de ese hombre que tú elegiste, para que entonces, sí te sientas en pareja, y él pueda sentirse contigo cómodo para expresar su analfabetismo emocional; porque cuanto más fuerte, poderosa y riquísima te vuelvas, más lejos estarás de lo que verdaderamente es importante para dos seres que se aman. Tu decides».
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga