Esta necesidad de hacerlo todo bien, aún llevándonos por delante las cosas, para nosotros, más sagradas, es una de las premisas de los tiempos en que vivimos.

En días pasados, un gran amigo, quien terminó una relación importante de pareja, con todas sus dramáticas consecuencias; me llamó preocupado expresándome esto: -«Amigo, estoy un poco desconcertado, no sé si estoy viviendo este duelo, esta sorda tristeza como se debe vivir, es más, no sé si estoy cerrando el ciclo de manera adecuada, para mí todo esto es muy raro y difícil. Lo único que tengo claro es que no quiero volver, aunque hay mucho amor». Esta es la legítima expresión de aquellos que piensan que el sentir tiene caminos claros, normas, y pasos a seguir. Lamentándolo mucho, no hay fórmulas al respecto, lo que sí es importante y clave es VIVIR LA SITUACIÓN, porque recordemos la tendencia a negar, evadir, y huir de aquello que nos duele, sintiendo que el caso, ya está cerrado en nosotros. Pero este conjugar el verbo vivir, es muy personal, es individual, y lleva en esto, los sellos que cada quien le delegue en su experiencia.

He conocido gente que viven esto, desde vestirse de negro e imponer un luto cerrado en su acontecer, aquellos que se encierran un tiempo en el dolor, aquellos que hacen altares representativos del dolor, hasta quienes se llenan de rituales diversos para ejecutarlos como tareas emblemáticas a esa pérdida o duelo específico. En todas las anteriores, y en muchas otras por el estilo, hay una vivencia válida y contundente para quien la padece; lo que redundará en dejar la tierra fértil, ni siquiera para otro ser u otra experiencia similar, sino para una conciencia más clara, madura y empática con el mundo y las situaciones que nos seguirán aconteciendo.

Así que le contesté a mi amigo que no se preocupara por hacerlo bien o mal, que lo hiciera, que se fuera monitoreando en el qué y cómo siente, que se respetara, y que no deje que un colectivo «vertiginoso y triunfador», tomara en sus manos la experiencia.

También le expliqué que el dolor, aunque le tememos, es una emoción de mucha fertilidad, de gran riqueza interna, que nos deja siempre experiencias y aprendizajes que se hacen carne y vida en nosotros.

Por último, recordemos todos, que el problema de envejecer, es un «inevitable del vivir»; y el problema no es la vejez en sí, sino que nos agarre secos de tanto huir; superficiales de tanto evadir, y huecos de tan poca conexión con nosotros. Así, haremos de esa etapa final, una auténtica pesadilla.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga