Sin entrar en mayores análisis etimológicos, la palabra misericordia, que tanto nos refiere lo religioso, lo cristiano, quizás, hoy en día fungiría como un auténtica posibilidad para lidiar con aquello que en las relaciones con los otros, se nos pone difícil, duro y que nos lleva a renegar, a vengarnos, o simplemente a castigar al otro por aquello que osó hacernos padecer.

Si bien una relación de amor, y creo que todas, independientemente del grado, lo son; pasa necesariamente por las tres etapas, tantas veces mencionadas: ILUSIÓN: amor sin conocimiento, DESILUSIÓN: conocimiento sin amor, y RECONSTRUCCIÓN: amor con conocimiento. Es en la segunda, cuando hay más huídas, más rupturas, y mayor deseo de venganza por el daño que esa desilusión produjo en nosotros.

Veo en mi consulta, con auténtica alarma, como miembros de una pareja se quedan pegados en un deseo, casi ciego, de venganza, «de que pase lo mismo que yo, o peor», y eso va minando la relación de destrucción, escombros, y de cada vez menos caminos de regreso al amor. Y esto, por referirme a la pareja; pero qué me dicen de hijos a padres, de empleados a jefes de amigos, de padres a hijos, de hermanos, etc.

Cuando hablo de MISERICORDIA, me refiero a la capacidad del amor que nos permite amar lo miserable, lo no amable, lo que, supuestamente, Dios no podría amar, o el colectivo rechazaría de inmediato. ¿Podríamos aprender a amar el lado más oscuro de los nuestros, de nuestra pareja, de nuestros semejantes? ¿Los podríamos amar tanto que, en sus debilidades, algo lumínico se nos encendería?

Con este planteamiento, para nada niego el proceso humano y necesario por el que pasa la rabia, el dolor, y hasta la ofensa de alguien que nos quiere, conscientemente o no, nos hace. Me refiero a ese viaje que hace el amor, luego de pasar por esa dura etapa de dolor y rabia, ¿acaso se nos despierta la misericordia, podemos reconocer en el amado, nuestras partes más oscuras, nuestras más incoherentes acciones?

Creo que ahí está una clave importantísima del amor, quizás la que nos falta, en un país que es nuestro y nos retrata; lleno de intolerancias, de ceguera y de profundo resentimiento.

Cuando dije esto, en un grupo de personas, alguien me dijo: «Eso suena muy hermoso y altruista, pero mi marido estuvo tres años pegándome los cuernos con mi propia hermana, ¿qué misericordia puede haber allí?» Yo, simplemente le contesté que no sabía, yo no estaba en su corazón y en su piel para saber su dolor, y que su divorcio, me parece justificable, desde mi perspectiva, pero lo que le preguntaba era ¿cómo iba hacer para vivir con esa traición, cómo la iba a integrar a su historia para que no impidiera seguir amando, y en su caso específico y cuatro hijos de ese individuo, cómo iba a manejar la relación, que aún después del divorcio, queda, etc.?

Ellos se quedaron pensativos, aunque sé que no es un bocado fácil de tragar, pero muy importante de hacerlo vivo en cada uno.

La semana que viene, les prometo seguir ahondando y hablar de ciertos «caminos» para despertar esa parte de misericordia en cada uno, no sólo hacia los otros, sino hacia nosotros mismos.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga