Volviendo al difícil, pero importante tema de la misericordia, del amar lo NO AMABLE en el otro. Esto se trata, y es mi intención plantearlo así, de ese proceso de muerte y transformación que conlleva el vivir. Si toda experiencia humana, dura o no, tiene como fin el movernos hacia ese proceso, ¿Cómo manejamos la llamada resurrección interna, cómo la hacemos vida en nosotros, cómo nos movemos para que un hecho doloroso y difícil no nos contamine, dejándonos blindados o encerrados en un callejón, donde el crecimiento y la conexión sean los sacrificados?

Como en todo, el único posible comienzo es por nosotros, entonces, ¿Seremos capaces de ser misericordiosos con nosotros mismos, con lo que nos pesa, con lo que hemos pasado una vida escondiendo o disfrazando, con aquello que nos avergüenza, con aquellos pasajes de nuestra historia personal que les echamos tierra y jugamos a que nunca sucedieron, y así, seguimos jugando a eso perfecto o imperturbable, a aquello que queriendo o no destruimos, herimos o preservamos, simplemente porque nos daba, o nos negaba una cuota de poder?

Cuando crecemos, nuestras vergüenzas se hacen fértiles sólo si las aceptamos, si cargamos con ellas, si las decidimos integrar a ese ser que soy; lleno de matices de negros, blancos y grises. Pero qué difícil se nos vuelve todo en una cultura de la perfección, de la belleza absoluta, de la juventud eterna; donde una falla, es una mancha imborrable que hay que esconder para que nos quieran, acepten y lleguemos a la orilla más anhelada: GUSTAR A OTROS.

¿Cómo entonces podemos ser misericordiosos con los otros, con los que apenas conocemos, con quienes en uno o varios deslices, nos engañan; con aquellos que en nuestra rigidez vemos desleales, imperfectos, distintos? Quizás sean esas áreas no amables en los otros, las que nos permitan vislumbrar las nuestras, las que, de tanto maquillarlas y esconderlas les ha salido moho y mal olor, las que pesan de tanto llevarlas sin que nadie las vea.

Creo que la misericordia comienza cuando voy cargando con lo mío, con mis grandezas, aunque éstas son livianas y fáciles, y sobre todo, con mis miserias, con mis deformidades, con lo frágil, feo, inválido y muy poco amable en mí. Es aquí cuando comienza una muerte del perfecto para resucitar en un ser completo, abierto al amor y a sus múltiples manifestaciones.

Cuando rescato dentro de mí, al arquetipo del «inválido», una fuerza mayor despierta que ya no mira sino que observa, ya no oye, sino que escucha, ya no huye, sino que sonríe, porque siente que cabe en todo y en todos, es aquí de donde surge poderoso, el verdadero PERDÓN.

Entiendo y sé que nada de lo expuesto es, ni fácil, ni rápido, pero siento que el planeta, el país, el amor y todo lo que éste implica, nos lo están gritando y haciendo urgente en cada uno.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga