Quizás hablar de soledad es hablar del componente más común y difícil en la vida de los seres que formamos parte del mundo contemporáneo.
Es importante recalcar que el ser humano viene y se va solo, lo que conforma una característica inherente, igual que el nacer y morir o crecer, desarrollarnos y envejecer; sin embargo, el hecho de ser propio, no lo hace fácil y menos en una cultura que no nos aporta ninguna estructura para soportar, integrar, o transformar estas marcas del vivir.
A pesar de todo, el problema de la soledad se nos ha vuelto un problema de salud pública. La gente no sabe qué hacer con ese fantasma perseguidor e implacable que, a veces, equivocadamente atribuimos a la fealdad, a la vejez o a algún problema de personalidad. Y no, la soledad hoy forma parte del vivir, y cada vez que nos detengamos en la vertiginosa carrera de la vida, tendremos que lidiar con ella. Se ha convertido en la aliada más importante de la sociedad de consumo, pues al reconocerla entramos en ansiedad, y ésta nos lleva inmediatamente a consumir, y esto, a su vez, se convierte en un círculo donde muchos ganan y todos tendemos a quedarnos pegados. Sin hablar de los emporios de fármacos, juguetitos, e ilusiones que nos venden para distraerla que nosotros consumimos como el más adicto a un bálsamo anestésico.
Evidentemente, es distinto estar solo que sentirse solo. El primero, es quien está sólo, bien sea por decisión, o por circunstancia y no se perturba; al contrario, aprovecha las bondades de ésta. El segundo es aquél que padece el no contar con nadie, ni sentirse lo suficientemente querido, y lo termina atrapando la desolación.
También debemos recordar que las grandes obras de arte de todos los tiempos se han forjado en medio de una gran soledad, lo que nos recuerda también que la soledad, manejada en un terreno de conciencia e integración, es tierra fértil para crear y crecer.
Por lo tanto, la soledad, como cualquier tópico humano dependerá de cómo se viva, de cómo se integre y del interés que pongamos en ello para trabajarlo en nosotros.
Una amiga que tiene un precioso bebé y que no contó nunca con el padre de éste, me comentaba el otro día: -«Es que yo me siento tan sola que lo que más quisiera es darle a mi hijo una familia grande de muchos hermanos, porque yo fui hija única y mírame». Si bien la reflexión de mi amiga es muy legítima, ahí no está la clave para dejarnos de sentir solos, porque no hay mayor soledad que la de sentirnos solos en compañía, y esto se debe al factor de la conexión con el otro, factor totalmente olvidado en los tiempos que corren.
Lo que deseo con este artículo es despertar en ustedes la sensación de la soledad, el cómo la viven, el saber que se trata de algo individual, con pocas referencias alentadoras en la cultura; para así manteniéndola como un «pendiente», en nuestro diario vivir, porque recordemos de nuevo a Jung: «Aquello que no hacemos conciencia, se nos convierte en destino».
En el próximo artículo daré algunos caminos que pueden, así lo deseo, servirnos para integrar y vivir la soledad de una manera más humana y crecedora.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga