Es curioso que en este mundo de soledad y desolación que vivimos, anhelemos una relación, quizás que nos conecte de nuevo con esa cosa excitante del vivir intensamente. Sin embargo, muchas veces ese sueño legítimo se tropieza con una postura infantil ante lo nuevo; algo en nosotros se defiende y muchas veces con tal fuerza que nos deja atornillados en lo que es conocido pero seguro, sin atrevernos a, por lo menos, probar lo que se nos presenta. Es una concepción, a veces muy inconciente, de preservar eso que vivimos a diario y a solas, y sus respectivas formas, ante las que tenemos tal estado de control que lo nuevo nos termina resultando una auténtica amenaza de la que debemos salir cuanto antes.
Llamo postura infantil, porque nos recuerda a esa voz de la madre que nos preserva de cualquier experiencia dura, arriesgada, nueva, difícil o de mayor esfuerzo. Por eso, siguiéndola, nos quedamos jugando a solas con nuestros juguetes, mientras que desde la ventana vemos como los demás se reúnen y se divierten en el patio de juegos.
Si bien nuestros rituales propios, van creando una estructura de vida, la cual terminamos manejando de forma fácil y segura; es menester entender que si llegase algo o alguien que también nos interese, e intentase respetar tales estructuras, huiría al poco tiempo, ante la imposibilidad de llegar a nuestro corazón, e incorporarse a una vida que bien podría conjugarse en plural y compartirse.
Así, cuando no les llevamos el tacto a nuestras zonas de control, éstas podrían terminar manejándolo todo, y nos dejarían en una orilla de la vida, ciertamente abandonados.
Esto, como todo, tiene también su punto de equilibrio, y si bien la idea no es patear lo que nos place, tampoco es dejar de disfrutar las nuevas experiencias que un ser de nuestro agrado pueda aportar.
Lo nuevo en nuestras vidas, tiene en sí mismo la posibilidad de transformar cosas y darnos una posibilidad de un nuevo aire a nuestra cotidianidad; pero para ello es necesaria la apertura para darle la bienvenida y salirnos de algunas zonas de confort que quizás están vencidas o que simplemente son inadecuadas para el compartir y el vivenciar nuevas formas y rituales que podrían incorporarse al diario vivir con los otros.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga