No cabe duda de que una de las características más resaltantes del venezolano es su humor, no necesariamente bueno, pero sí es notoria esa chispa para sacar un chiste o una burla de todo lo que sucede, por más trágico que esto sea.

Así como en algún artículo anterior hable del polémico tema de la diferencia entre ser amigo y ser pana, y subrayaba que nosotros tendemos a confundir estos términos, pensando o haciendo ver que ese ser que apenas conocemos pero que nos simpatiza es nuestro “amigo del alma”; obviando la profundidad y la dificultad que puede entrañar una verdadera amistad, y confundiéndola con ese saludo, sobrenombre o licencia que ese ser me da, de forma fácil y fluida.

De la misma forma, esa necesidad que tenemos de transformar todo en chiste, de rociar el disgusto con una risa fácil y burlesca; y de mágicamente olvidar lo que nos acontece, nada tiene que ver con el humor, y sí mucho con esa jodedera que más funciona como escape que como reflexión, que más llama a la huída y menos a la acción, que no enciende ninguna fuerza transformadora en nosotros, sino que nos hace, olímpicamente, pasar la página de cualquier evento doloroso, importante, injusto o inapropiado; dejándonos como seres simpáticos y recibiendo el pase de cortesía emocional más preciado de los otros: una sonrisa.

El verdadero humor es un despertador de conciencias, nos alerta, como pocos, de las situaciones que no podemos ver, o que por sinuosas, o peligrosas, les damos la espalda, o simplemente obviamos.

El humor logra exponer verdades inmensas y agudas, pero sin el dramatismo que tanto espanta. El verdadero humor, a diferencia de ese echar vainas, es profundo, necesita de cuatro elementos fundamentales: temeridad, inteligencia, sensibilidad y cultura, combinación bastante extraña en un chistoso común, o en un jodedor de oficio.

En un perfomance o acto de humor, el público sale reflexivo, con necesidad de manosear lo escuchado, tocado. En un acto de joda o de chistes, los asistentes salen sonriendo, hasta que la cola del estacionamiento o el ticket extraviado, marque la pauta del rompimiento.

Aclaro que no tengo nada en contra con la joda, es más, confieso que me encanta, pero entiendo que no es la que podría transformar, la que puede sembrar una reflexión, y menos la que nos retrata una realidad que nos golpea. En cambio el humor, tiene en sí mismo una responsabilidad humana y social de gran valor y, en tiempos como estos, de mucha necesidad.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga