No cabe duda que todos, de alguna manera, soñamos y anhelamos PAZ en nuestras vidas sobre todo, cuando sentimos que, a veces, somos presa de unas fuerzas que nos arrastran, una tras otra, por caminos duros y difíciles, y pareciera que estas situaciones no vinieran con un botón de apagado que nos permita apretarlo a nuestro antojo, y descansar.
Ante esto, es oportuno hacer algunas reflexiones: ¿Cómo sabemos de la paz, sino desde el furor de la guerra?, ¿Cuál paz es la deseada, quizás aquella que se parece más a la muerte que a la vida?, ¿Sabemos el precio que nos implica en nuestro caminar, apostar a que en nuestras vidas no suceda nada que nos rete emocionalmente?
Es importante corroborar que nada de lo que es realmente importante de la vida, trae solamente paz. Por supuesto que en ello hay muchos espacios de rica paz y plenitud pero, por contraste, vienen llenos de guerras, de lidias, de gestas, de luchas que, de momento, nos agotan, y hasta nos ponen a preguntarnos si valdrá la pena tanta dureza.
Una vez, en una charla que asistí como oyente, la ponente decía enfáticamente: -«Los caminos de Dios y a Dios, siempre son fáciles, expeditos, y llenos de liviandad y satisfacción». Esta frase la repetía con gran convicción, y yo me decía una y otra vez: -«Como que yo me perdí hace rato de los caminos del Señor». Pero hoy entiendo que eso no es posible, y no por ello pierde lo amoroso y lo sacro que pueden tener los caminos de Dios. Vivir que es el verbo fundamental de lo humano, además del morir, implica un aprender constante, el cual va a dar un peso y una importancia a lo vivido que pasará necesariamente por tres fases: DOLOR, DIFICULTAD y PROCESO. Para que no quede esto como una mera convicción mía, analicémoslo. Si el vivir, amar, crear, dar vida, criar, levantar, forjar, enseñar, alimentar, transformar, envejecer, liberar, estudiar, lograr, tener, dejar, soñar; son una clara representación del quehacer humano, todos llevan consigo en su desarrollo esas tres palabras de lo importante, y cuando lo comprendemos y aceptamos, lo podemos vivir de otra manera. De lo contrario, buscar afanosamente esa paz poco humana, que no deviene de la dificultad, del dolor y del proceso, sólo carga un sobrevivir seco y muy desalmado.
Dejemos que la vida suceda día a día, paso a paso, con cierta lentitud. Seamos honestos con lo que podemos y con lo que no, y dejemos que nuestro cuerpo nos lo diga, conectemos este vivir interesante que lo convoca todo, y veamos el vivir como la más hermosa tarea de la existencia; y apoyémonos con lo que hay dentro y fuera de nosotros: Dios, la fe, las risas, la naturaleza, los niños, los animales, el agradecimiento, la familia, el amor y las satisfacciones que en la paleta de colores del vivir nos entreguen. De eso se trata. Pero también recuerden que la paz, como un todo, es más un privilegio de la muerte que de la vida, por eso decimos al morir de alguien: «Que descanse en paz».
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga