En este momento histórico, cuando nos debatimos entre deberes y derechos, entre ciudadanía y anarquía, entre posibilidad y castigo, es necesario hacer ciertas reflexiones que me parecen oportunas.

No cabe duda que el sentir que pagamos un servicio, y éste no es prestado, o el que nos prestan no es parecido al que ofrecieron; genera una profunda y muy legítima indignación, pero para nada esto se compadece a que yo vaya y le prenda fuego a la empresa en cuestión, o que simplemente no pague más, pues entonces, mi rabia se convierte en una suerte de torpeza que tranca el juego y nos llena de la peor de las opciones en lo humano: EL VACIO. Es decir, no recibo el servicio, no lo pago, y lo único que me queda luego de esa acción, es la infantil compensación de: -“¡Uff, me vengué!”, y nos quedaremos sin el necesario servicio que algún día pagué por necesario e importante, terminando castigándome y perjudicando quizás, a aquellos que comparten áreas comunes o de servicios conmigo.

Imaginemos esto en una ciudad, hay problemas con la recolección de basura, entonces yo no pago mis impuestos municipales, ni el otro tampoco, ni el otro, por lo tanto no hay como pagarles, ni arreglar el problema, así, no hay quien recoja, por ende, el vacío se apodera de todo.

Llevémoslo a una pareja; como ayer el marido llegó tarde y tomado, ella no le habla, no le cocina; él entonces, tampoco habla, porque siente que merece respeto, ni vuelve a su casa, y la relación se murió, ¿ganó alguien?.

Trasladémoslo a un niño en escolaridad, como raspaste unas materias, yo no te pago el colegio, no te doy para el almuerzo, y verás cómo haces. Lo más probable este niño, no vuelva a la escuela y se ponga a conseguir el dinero para mantenerse de cualquier manera, ¿y el propósito? No importa, lo importante es que los adultos indignados se vengaron.

En cualquier país, o situación, cuando un servicio falla, y queremos reclamar, o ir a otras instancias tenemos que llevar un recibo de pago que compruebe que estamos al día, y es eso lo que nos da el derecho de reclamar, demandar, generar la crisis, etc. De lo contrario, trancamos el juego, y el empezar de nuevo, siempre es más doloroso y difícil para todos.

Comprender la ciudadanía, se trata de desahogar nuestra ira o indignación, siempre en pos de que la situación mejore, de que el entuerto se arregle, de lo contrario, caeríamos en el “efecto exterminio”. El celular este no coge señal, me indigno, y lo tiro contra el suelo, lo parto en pedazos; ¿y de quién me vengué? Me quedé sin celular, sin posibilidad de comunicarme, y cuando se calme mi rabia, me indignaré conmigo, porque terminé trancando el juego. ¿Qué, a veces, provoca? Claro que sí, pero para eso somos adultos, digo, para respirar y no matar a nadie cuando no nos den paso en nuestro apuro desesperado; si no, imaginemos un mundo donde todos desahoguemos nuestras iras deliberada e infantilmente, sin pensar en el otro.

La ciudadanía comienza cuando al pasar por mi calle, y ver un poste sin luz, me tome la tarea de llamar al organismo responsable, hacerle seguimiento y sentir mi parte cumplida. De eso se trata.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga