En el grupo de hombres del cual formo parte, muchas veces se ha acusado a la mujer de una gran indolencia, acusación ésta que es muy común en boca de la mujer, refiriéndose a su pareja y aliñándole con expresiones como: -«Es que parece que tuviera agua en las venas».

Indolencia, refiere a no dolor, a no sensibilidad hacia el dolor, pero no hacia el dolor propio, sino al del otro. Se vive como una especie de anestesia que nos hace pasar de largo por aquello o aquellos que aparentemente nos deberían importar.

Si ambos sexos se inculpan de indolencia quizás sea una conducta típica del hombre en su analfabetismo emocional, pero también es una actitud que toma la mujer, sobre todo hacia su pareja en algunas situaciones de huída.

El problema es cuando esto se perpetúa y se hace: estrategia, arma, escape o forma de huir.

Un paciente que llamaremos Julián, indignado me contaba lo siguiente: -«Es que me impresiona que la mujer que conocí hace quince años y con quien me casé, sea tan indolente y que pueda llegar hasta la crueldad. Imagínate que fuimos al interior del país, donde vive su familia, a propósito de la graduación de su hermano. Yo, ya en el aeropuerto, comencé a sentirme mal; una fuerte gripe me invadió, y cuando llegamos al hotel, yo era una piltrafa, sin embargo me hice el duro y fui, saludé compartí, pero en la noche no puede pegar un ojo de la tos, la fiebre y el malestar. Ella, me dijo que en el maletín habían aspirinas, durmió tranquila y cuando al amanecer, apenas me dormí, ella se estaba despidiendo porque se iba para la peluquería, sin ni siquiera preguntarme cómo amanecí. Así, el peor fin de semana de mi vida. Cuando nos regresábamos le dije que me asombraba ver cómo ella me ignoraba ante sus prioridades, y me dijo que dejara la vaina, que ella no era mi mamá. Te juro que desde ahí, y eso hace dos años, ya no soy el mismo en esa relación».

Sin duda, la situación contada por Julián revela una profunda indolencia, pero ¿sólo de ella? Creo que no. El problema aquí es la gran indolencia de él ante su propio malestar, su deseo de no molestar, de no arruinar los planes de los demás, lo hizo aplicarse la indolencia ante su gripe, eso no quita la responsabilidad de ella, pero ésta viene precedida de una gran indolencia de él hacia sí mismo, que evitó hacer de esta situación un motivo de discusión y de nuevos límites.

Cuando observamos la indolencia, es importante detenernos y revisarnos en nuestros heroísmos que siempre están infectados de un «darnos la espalda».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga