La expresión de: «mojarse los pies», refiere al acto de restearse, atreverse a penetrar por completo en los procesos que nos pone la vida, arriesgarse en aquello que realmente nos interesa, vivir lo que se quiere, asumiendo sus consecuencias.

Pienso que debido a nuestra juventud como pueblo, ligado a la riqueza de nuestro suelo, y a lo benigna de nuestra historia; el acto de mojarse los pies lo hemos obviado, creando a nuestro alrededor situaciones, amores, roles y experiencias con un cierto aroma superficial que nos relega al inevitable vacío en el sentir.

El otro día, en una reunión social, una señora le decía a las que aparentaban ser sus amigas, algo como esto: «Ustedes saben que son mi familia elegida y eso es muy importante. Eso sí, no me pidan nunca que vaya a acompañarlas ni a un hospital, ni a un cementerio, y mucho menos a la cárcel, porque esos son sitios de muy baja frecuencia energética, y qué va, yo me quiero mucho y soy muy cuidadosa con eso».

Yo te amo pero no me pidas que haga nada que me incomode, porque entonces no te puedo amar. Aplicamos esos criterios para los seres, la patria, nuestro cuerpo, y todo aquello que es o podría ser importante para nosotros.

-«Yo no te llamo nunca, y nos vemos, si acaso, una vez al año, pero tú sabes que te amo». «Mi hijo se va al colegio impecable, oloroso, limpiecito pero no sé si está triste, porque no le vi la mirada». «No se consigue leche, pero un amigo me la manda de Aruba. Voy a protestar, apoyando tal causa, pero en lo que vea un policía me regreso».

Esa visión Light de la vida nos ha venido arrebatando cosas tan esenciales como la posibilidad de cambiar, modificar, rescatar, luchar, definir, asumir, etc. Quedándonos como espectadores frustrados de la realidad que nos haya tocado, buscando que no nos salpique, pero sin ninguna apuesta real que al menos, deje nuestro corazón pleno, al sentir que apostamos o que simplemente nos mojamos los pies por algo que sentimos importante.

Hoy nos vamos convirtiendo, quizás sin darnos cuenta, en amantes virtuales, en madres y padres gerentes, en analistas de las realidades, en amantes eventuales. Somos producto de una cultura de negación al dolor, a lo difícil, a los procesos, al sentir, a la entrega; quedándonos siempre con una sensación de vacío, de ansiedad que sólo podrían mitigar ciertos actos heroicos, más aplaudidos por el colectivo que impulsados por la llama radiante que nos regala la responsabilidad, lo que nos toca, lo que realmente creemos.

Como educador que he sido, no sé si el problema sería en cambiar los pensum de educación, sino reaccionar a este vivir muriendo que nos ahoga y tomar el riesgo de saber lo que quiero y trabajar, luchar y entregarnos a ello, sabiendo que en el kit, también viene el dolor, la frustración, el desasosiego; pero en la seguridad de que eso le terminará dando a nuestras vidas eso que se nos perdió: el sentido.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga