Los ídolos, quienes apasionan a las masas y logran desmedir las expresiones de simpatía o desaprobación; no son meramente artistas excepcionales, sino que representan una suerte de espejo inconciente de situaciones, imágenes, discursos, posiciones, de un colectivo que los ama u odia con igual pasión, porque en el fondo vemos en él o ella, a esa parte nuestra que adoramos o detestamos, y proyectarla es el medio de que nos ilusionemos al pensar que así, es posible que pese menos y que nos mantengamos alejados.

Adiós al rey del Pop, al genio del baile y a quien supo plasmar el devenir de un colectivo que perdió el rumbo de lo humano. Llama la atención la capacidad que tuvo este artista, más allá de su genialidad musical y mediática, para causar revuelo, exaltar y extraer de los más comedidos, expresiones y adjetivaciones extremas, haciéndolo, aún siendo negro de origen, blanco de toda clase de referencias. Desde aquellos que lo amaron hasta el desgarre, hasta quienes les llegó a producir repugnancia súbita al sólo nombrarlo.

No cabe duda que cuando nos aproximamos a estos personajes, no podemos pasar desapercibido el hecho de, por lo menos, preguntarnos: -¿Qué será lo que nos muestra que tanto nos mueve?

Si nos detenemos en esa necesidad compulsiva de ser distintos a lo que somos, encontraremos, sin mucho esfuerzo, a los negros desesperados por alisar su enrulado cabello y los de lisa cabellera buscando permanentes que le den el look salvaje. Los gordos sudando, operándose, o padeciendo por los kilos de más, mientras que los flacos, se sienten fuera de lote y beben toda clase de pócimas, y levantan muchos kilos, a ver si se da el milagro de verse distintos. Las que tienen senos grandes se desesperan por rebajárselos y las que los tienen moderados, no encuentran como implantarse algo más vistoso. Los blancos se broncean y los negros gastan fortunas en blanquearse. Las mujeres quieren, convirtiéndose en poderosas, dejar de ser mujeres y acabar con ellos; y ellos cada día penetran en una indefinición abismal, desapareciendo al macho que representan. Así está el mundo, e imaginemos entonces, cómo un Michael Jackson no puede causar la locura que genera, y como alguien quien representa tan claramente el inconciente colectivo no puede ser, muerto o vivo, el centro mismo de las más abrumadoras pasiones tanto para amarlo como para odiarlo. Creo que si reuniéramos todos los adjetivos de los cuales ha sido centro el rey del pop, pudiéramos ver, muy bien descrito, la cultura y el mundo del que formamos parte.

En lo que a mí respecta, no me inclino ni a favor, ni en contra, simplemente veo con admiración como nos cegamos cuando nos ponen por delante al «chivo expiatorio».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga