Siempre me han leído o escuchado dar como propuesta, ante las situaciones de carácter emocional, el que predomine o se imponga la adultez. Lo adulto en nosotros es, sin duda, el área que posee las respuestas adecuadas para esas situaciones de las que huimos constantemente. Cuando me refiero a respuestas adecuadas, para nada quiero decir que éstas sean las únicas, y menos las que siempre van a ser civilizadas y perfectas. Me refiero a aquellas que incluyan lo que realmente sentimos, lo que, en verdad, queremos, y que huelan y sepan a verdad; tarea ésta, nada sencilla, pero con gran posibilidad de dejarnos plenos, aunque lo deseado, no sea lo que al final conseguimos.

A veces, confundimos lo adulto con lo responsable, y para nada. Responsabilidad, es la capacidad de dar respuestas, y éstas pueden venir de un niño, de un adolescente o de alguien emocionalmente muy inmaduro. Otras veces lo vemos en lo heroico, y jamás, un héroe es, en el fondo tan poco adulto, que nunca pide ayuda, que no sabe de límites, y que carga con aquello con lo que no puede, sólo porque eso le garantiza el no profundizar en su propia vida.

Recordemos que un niño sigue ciegamente, acepta. El adolescente combate, enfrenta, pelea, pero sin el riesgo que implica perderlo todo. El adulto negocia, entendiendo por negociación la posibilidad de sentir que ambos somos ganadores, y así debemos sentirnos, una vez concluido el proceso. En esta última, hay dos miedos implícitos que son los que dificultan el proceso, y son el riesgo y la rendición.

El sólo hecho de saber que toda situación relacional es susceptible a una negociación, y la posibilidad de ejercerla, implica un gran riesgo que nos arrebata el poder y el control de las manos. Decirle a quien amamos, de forma adulta y centrada: -«¿Qué te pasa?» Podría implicar que nos digan eso que nunca hubieras querido escuchar. Enfrentar a nuestro hijo, en cuanto a ciertas conductas, y hacerlo bien puestos en nuestro sentir, puede implicar escuchar que se nos caigan los vidrios de nuestras ventanas más sagradas. Por lo tanto, esgrimir adultez es siempre un riesgo a asumir, dada la importancia de lo que sentimos y de lo que los otros están sintiendo hacia nosotros.

Y la rendición, tema recurrente en estos artículos, difícil porque nos induce a bajar la cabeza, a humildizarnos frente al otro, hecho éste nada bien referenciado por nuestra cultura. Cuando nosotros, producto de nuestras actitudes, de nuestro amor propio y hacia el otro, nos proponemos a negociar, estamos rendidos a: escuchar, expresar, intimar, y si lo consideramos propicio, ceder ante eso que tanto nos irrita.

Estos dos componentes, afloran la adultez, y nos pone en manos de algo sensible, auténtico y muy importante para las relaciones humanas, con nosotros y con los demás.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga