C.G.Jung, uno de los padres de la psicología contemporánea, decía en 1957, en una entrevista para la BBC de Londres que el gran problema del hombre contemporáneo es su constante preocupación por aquello que le pueda pasar. No imaginaba el psiquiatra suizo, hasta qué punto nos hemos alienado a ese miedo, convirtiendo nuestra vida en un constante consumo compulsivo que no tiene otra finalidad que la de un: -«Por si acaso». Ya esa angustia permanente, la hemos llamado: prevención.

Muchas veces he repetido, y afortunadamente no soy el único, que el problema de la vida no es, ni puede ser, aquello que nos acontezca o suceda, de eso no tenemos ningún control, lo que sí es fundamental, y sí marcará nuestro devenir, es de lo que seamos capaces de hacer con eso que suceda.

Otro aspecto preocupante en este sentido, es que cuando nos vamos a futuro, por un lado acumulamos, e invertimos un esfuerzo, la mayoría de las veces innecesario y mal utilizado; por el otro, nos agarra la angustia y caemos en sus duras garras, y esto, no es más que estar tratando de vivir lo inexistente e irreal: el futuro. Perdiéndonos así de nuestra única realidad posible, el presente.

Es impresionante llegar al hogar de cualquier familia, medianamente informada, y revisarle, ese gabinete, o gaveta de la cocina, baño o cuarto donde guarda las medicinas, y ver allí cualquier nombre, a lo que un curioso preguntaría:
– ¿Y este frasco de cápsulas, para qué es?
– Bueno para prevenir el cáncer.
– ¿Y tú tienes cáncer?
– Noooo, pero uno no sabe, hay que prevenir.
– ¿Y éste otro?
– Para la circulación.
– ¿Y tienes problemas de circulación?
– No, pero tampoco quiero tener.

Y así, vamos enriqueciendo una industria del PORSIA que poco nos conecta con lo que nos sucede en realidad y ver qué hacemos con ello, y cómo lo transformamos en algo que nos sirva realmente.

Lo mismo hacemos con las emociones, y con los otros. Evitamos enamorarnos porque cuando nos dejan duele, evitamos acercarnos a quienes nos interesan porque el rechazo es duro, evitamos entregarnos a lo que hacemos, porque mañana nos botan y nos sentimos frustrados, evitamos tomar decisiones porque nos podemos equivocar. Así vivimos una media vida, una pobre vida, que nos preserva en este vivir sin sentido que, tarde o temprano, nos llenará la despensa de ansiolíticos y antidepresivos, que ahora sí necesitamos, y que responden a nuestra incapacidad de transformar aquello que nos sucede. Para ello, hay que abrir las posibilidades de que suceda la vida en este aquí y ahora, como la única realidad.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga