Quizás usted sea de los que piensa, independientemente de su ecuanimidad política-ideológica, que en nuestro país, las instituciones han cambiado radicalmente, y que es posible que en ese cambio las podamos terminar perdiendo. Claro, todo esto lo referimos cuando nos asomamos a la ventana de lo que vemos en torno a nosotros, pero ¿Y qué decimos de nuestras instituciones, las que manejamos, formamos y destruimos nosotros: LA PAREJA, LA FAMILIA, LA COMUNIDAD? ¿Somos o no, cómplices o directos responsables de lo que allí sucede, de lo que hacemos y trabajamos para que éstas funcionen de la mejor manera? Las mencionadas, por no agregar al cuerpo que nos alberga y llega a ser de las más importantes y directas instituciones, no las podemos seguir mirando a través del pensar o el sentir del colectivo, aquí es urgente observarlas, ahora con criterio de responsabilidad asumida, y decidir qué y cómo vamos a hacer con ellas.

Llevo algunos domingos seguidos, almorzando en restaurantes, y ya que es un día básicamente familiar, he llegado, con preocupación, a constatar el panorama más desolador de una mesa familiar; todos los miembros, adultos y niños, metidos en su propio celular, o juego de video, ignorando la presencia del otro, y menos de la relación familiar que me imagino, fue aquella que inspiró tal salida.

No tengo nada en contra del celular, y menos de la modernidad, pero la institución familiar, como cualquiera, necesita normas, aunque sean negociadas, pero aspectos que le den coherencia a ese grupo humano que además de su posible relación consanguínea, tiene intereses particulares, modos de ver y sentir la vida, o experiencias que compartir. Cuando permitimos que un aparatito nos arrebate ese almuerzo dominical, quizás como último reducto de unión de esta locura moderna, estamos perdiendo, poco a poco, la principal institución, la que genera todo. Y la culpa no es del celular, ni del juego de video, sino de los seres que lo manipulan y lo imponen como dueño y señor de los espacios y lo coronan como la única forma posible de comunicación. –»¿Y dónde se escondió el líder capaz de poner reparo?» –»Lo siento, está chateando porque las cosas del negocio no pueden esperar». –»¿Y dónde está la madre como contenedora de lo emocional y lo afectivo en el núcleo familiar?» –»Ay disculpa, pero ella está hablando con su amiga, acerca de otra amiga que le están montando los cuernos de una forma horrible».

Es claro ver los problemas desde el balcón de la vida, pero hagamos la introspección necesaria para ver que de eso que nos quejamos, también nos ocurre de la puerta para adentro, y eso necesita de un líder que se sensibilice y haga valer el rol que desempeña, y ese líder, somos cada uno de nosotros.

Con todo esto, no queda más que utilizar la única frase altamente amorosa, seductora, sensual, y MUY PROMETEDORA, connotando un sublime interés por el otro: –»¡Dame tu PIN!»

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga

Nota: El término PIN, es acuñado por los propietarios del teléfono BlackBerry, y consiste en un código que cada usuario del aparato tiene para acceder al chat gratuito, sólo y exclusivamente para la legión «bendita por el mismísimo Dios» de dueños de ese modelo de celular.

Nota 2: Yo también soy un usuario BlackBerry, y lo agradezco.