Siempre es bueno, y creo que necesario recordar, la enorme y, a veces invisible, diferencia entre estas dos palabras, una con diptongo y la otra sin él. Más que para saber la diferencia y esgrimirla como algo aprendido, es necesario procesarla en nuestras vidas como algo fundamental en el sagrado camino para crecer y hacernos «personas».

Cuando hablamos de tiempo, se nos sugieren sus respectivas, y ya experimentadas, medidas de tiempo calculadas en: calendarios, relojes, efemérides, etc. Es una medida establecida para intentar organizar un devenir cíclico que se establece desde la célula, hasta el planeta en forma bastante regular. Así mismo, es un instrumento con el que intentamos, a veces sin éxito, darle forma a lo que no la posee, creando una estadística, la cual determina qué es normal y qué no lo es. De esta forma, la gestación dura nueve meses, el niño aprende a caminar a los tantos meses, a leer en tal período, se debe desarrollar en este período, etc. Y así nos montamos en el carro de la vida, programando los relojes vitales que nos indicarán cómo vamos.

Sin embargo, en ese desenfreno que como cultura aprendimos a utilizar todo para todo, y con la sola intención de dominar, pretendemos que la voluntad la disciplina, el orden rígido, sea el que lo controle todo, llevándonos duras, traumáticas y muy necesarias lecciones de impotencia, dificultad y terror, al sentir que se nos va de las manos y que, hagamos lo que hagamos, no está en nuestras manos. Ahí entra el Tempo, aquel suceder, navegar, que no posee medida, y si la poseyera, no está en nuestras manos interpretarla. Es aquí cuando muchas personas llegan a la consulta, cultísimas, inteligentísimas, brillantísimas y te dicen: -«Pero no es posible que yo lleve tres meses con este despecho, o estoy preocupadísimo porque mi hermana perdió un hijo y, aunque está en terapia, tiene ya cinco meses que por nada llora. O, es que terminamos hace tres meses y le pedí que saliéramos como panas, y me dice que no está preparada, ella debe estar muy mal». Nos cuesta mucha frustración intentar manejar lo que no es manejable; por lo menos en términos de lógica, estadística, razón, o con criterios de normal o no.

El tempo es un dominio de lo psíquico, del alma, de lo emocional, de lo onírico, de lo imperceptible, de eso que transita a pesar de nosotros, que necesita descomponerse para transformarse, morir para nacer, cerrar para abrir, salir para entrar, y que por mucho que lo intentemos, la razón no nos puede ayudar a acelerarlo porque nunca sabremos por dónde y para qué se mueve, y cuándo atracará de nuevo.

No quiero decir con esto que no necesitemos ayuda para los procesos de tempo, sin duda, a veces es importante, pero a los infiernos, donde todo se transforma y manda el tempo, se va siempre SOLO; DESNUDO Y ENTREGADO, de lo contrario, no habrá transformación, y tendremos que regresar una y otra vez.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga