Lamentablemente es la celebrada y anhelada alegría la que se lleva todos los galardones en esta cultura, y parece que empeñáramos el alma para quedarnos a vivir en ella, sabiendo de antemano que en ese pueblo no hay ni siquiera posadas. Este ruin triunfalismo en el que nos imponen vivir, y transitar, necesita de la alegría para justificarse y ratificarse. Mientras tanto, al dolor lo colocamos en el closet más lejano de nuestra vida y lo encerramos con múltiples candados, por sentirlo incoherente con tanto éxito, incómodo para modelar nuestra grandeza y áspero para cargarlo en los ojos y en la piel.
Lo importante es saber que la alegría es deseable; una vez que llega necesita gozarse y disfrutarse, pero en ese lapso de tiempo, en nuestra vida nada se transforma, nada toca fibra, nada se queda, es simplemente un efecto maravilloso, pero con muy poca trascendencia.
El dolor deja heridas, ellas marcan el camino, y nos acercan inevitablemente a lo medular, a lo sustancial, a lo humano de nosotros y de los otros; y en medio y luego de él, siempre tendremos tierra fértil.
En días pasados, en un programa de radio, en el interior del país, me pedían que les mandara a los habitantes de la región un mensaje ante tanta calamidad que estaban viviendo ( se les va, desde hace más de dos años, la luz hasta cuatro veces al día, delincuencia, alto costo de la vida, etc.), en ese momento, no sé qué me tocó, pero me cansé de dar respuestas políticas, de mano izquierda, de diplomacia y algo me hizo sacar algo duro pero muy visible, y le dije a la colega que me preguntaba: -«Amiga, nada de lo que tú estás nombrando ha tocado dolor, la gente sale y compra una planta eléctrica, y se la cala, pero no porque sea mala o buena, conciente o inconciente, sino porque nada de eso ha tocado el dolor de sentir cómo lo que sucede me hiere, me duele, ese día el pueblo no tolerará lo que describes. Lo demás es bla, bla, bla. Son esos seres que se van calando situaciones y se acomodan perfectamente a ellas, tras un chiste, o algo de optimismo como: ¡alguien acomodará esto! Y todo sigue empeorando. Son esos grupos humanos quienes tienen gobernantes del tamaño de su adormecimiento, y del color de su indolencia». Hubo un silencio al aire, y ella, muy educadamente dijo: -«Era la opinión del conferencista Carlos Fraga». Mientras el operador me despedía la llamada. Y lo que dije lo creo firmemente, y me incluyo en tal adormecimiento, pero les juro que ruego a Dios despertar de una buena vez, para sentir y para que ese sentir me lleve a actuar. La historia está llena de casos, y sólo ha sido el dolor humano el que ha cambiado el rumbo, el que ha puesto las cosas en su sitio.
Cuando estamos en manos de la alegría, estamos raptados por un sonido abrumador que deja pasar cualquier elemento que lo opaque, y es allí cuando vamos dejando que pisen nuestro campo sembrado de flores, sin decir nada, ni protestar, y cuando el dolor, inevitable por demás, nos despierta, lo que quedan son escombros, difíciles de recoger para comenzar de nuevo.
Un voto de confianza al dolor, por favor.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga