En este mundo de gente sola, con pensamientos de amor, con ganas de que pase algo, pero cerradísimos a que la contundencia del amor se suceda; haciéndole, a su vez, coro a los que están en pareja, y generando un raro proceso donde los que están dentro se quieren salir y los que están afuera sufren de ataques de ansiedad por entrar.
Dentro de este raro proceso hay un punto digno de tomar en cuenta, y se trata de la afanosa búsqueda de lo que se nos ha dado llamar: «El amor de nuestra vida». Imaginemos lo que significa someter a algo tan complejo, difícil y laborioso como una relación de pareja que además queremos que sea el amor de nuestra vida.
Así las cosas, Ana Paula, de veintinueve años, llegaba a mi consulta donde lleva ocho meses, y por cuarta vez me decía, con un gran entusiasmo, ojos brillosos, y voz de quien le parece mentira lo que le está ocurriendo:
– «Ahora creo que sí, éste definitivamente sí es».
Y mirando al techo, con una sonrisota:
– «¡Por fin Dios! Carlos, llegó el amor de mi vida, ahora sí estoy segura, éste es».
Y remató diciendo:
– «Ay que ver que una pierde tanto tiempo en historias chiquitas, menores. No, no es justo, pero ahora sí que me llegó, estoy feliz».
Creo que el entusiasmo, la ilusión, y todo ese kit que nos brindan los rasgos que vemos o que nos empeñamos ver, son válidos; pero por qué no esperar un romance lindo, simple, donde riamos. Unirnos con alguien que nos haga la vida un espacio con más colores, donde no nos sintamos amenazados, es ciertamente lo que creo que realmente necesitamos, hablo por los que quieren entrar, pero por qué someter esa posibilidad a algo tan trascendente y tan definitivo como el amor de la vida. ¿Por qué poner en mayúsculas y con luces a lo que se siente más cómodo en la humildad de las minúsculas y la media luz? Así sería más vivible, más potable, menos apabullante; por lo tanto, lo podríamos hacer posible.
Cuando le expliqué a Ana Paula algo parecido, me dijo convencida:
– «Yo sé que a ti los encantamientos no te gustan, pero lo que siento es cierto. Además tengo amigas, tías, conocidos que llevan en una relación toda su vida y la definen como el amor de su vida, y yo creo que me merezco también eso, por lo tanto, decidí no perder tiempo en cosas menores».
Quienes dicen esto último han pasado por múltiples relaciones pero con la misma persona, lo que sucede es que no necesitaron cambiar de persona. Esto, no sé si es bueno o no, lo que sí sé es que ese no es un único amor, lo que es único es el objeto del amor, éste necesita cambiar, moverse, saltar, huir, regresar, transformarse, y es allí cuando, al acostumbrarnos a los movimientos de la marea, algunos no nos bajamos del barco.
Por último, creo que es importante bajarle la intensidad, y regularle el tono de definitivo a lo cambiante, a aquello que por humano se define por y en nosotros.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga