¡Qué clase de mezcla al comenzar de nuevo! Entre las emociones que revuelve lo nuevo y el fastidio de echar otra vez el cuento, nos debatiremos, bien sea para una relación, un nuevo médico, un nuevo psicoterapeuta, una nueva amistad, siempre, de alguna manera, se nos exigirá echar la historia mil veces contada, maquillada, y difícil de saber, a esta altura, cuáles detalles ocurrieron, y cuántos agregamos para hacerla potable, y no vendernos tan mal. Total, las primeras impresiones son las que marcan.

¿Cómo contar ahora que somos buenos, sí, muy buenos, pero que la suerte no nos ha acompañado? ¿Cómo justificar nuestras cien de metidas de pata, torpezas, huidas y errores, sin que huyan despavoridos de nosotros? ¿Cómo hacer pensar que somos como un libro abierto, claro en la página mejor escrita, que venimos de regreso, y que tanta madurez siempre le hará bien a quien se acerque, cuando en el fondo, nos aterra que peguen una carrera del susto?

De eso se trata lo nuevo en relaciones, de un viaje no planificado, lleno de escollos, de caminos mal trazados, de atajos no tapados, de heridas que se maquillan con nuestros mejores talentos, quizás para que la vulnerabilidad se quede atrás y tirarle la puerta en la cara si osara tomar alguna delantera y nos pudiera delatar en pleno cortejo.

Total que la cosa es compleja, nos gusta mucho, nos interesa, pero qué flojera volver a echar el cuento. Y resulta que nunca es el mismo cuento, ni causa en el otro los mismos efectos, ni logra el mismo objetivo, lo que sí no podemos negar es que nos definen nuestras historias, nuestra constante reconstrucción mítica de lo sucedido, nuestra venta magistral de lo que pretendemos, de lo que pudimos haber sido, si no tuviéramos tanto remiendo y fuéramos eminentemente humanos, pero seguimos empecinados en ser dioses y en hacerle ver a los otros, lo elevados del suelo que andamos en nuestro diario caminar.

Quizás esté allí la clave del sentirnos desolados, vacíos y carentes de esa sensación única y plena que es el «sentirnos en amor», y ésta, sólo es posible a la luz de lo efímero, de lo frágil, de lo vulnerable. Me imagino entonces, que de allí surge ese decir popular: «Echa tu cuento como es».

El amor, creo, es tan básico que sólo necesita que echemos nuestro cuento como nos aterraría que nos vieran, y seguramente es así como realmente lo sentimos.

Tenemos, por naturaleza, una necesidad apremiante de contarle nuestra historia a alguien que nos interese, pero allí, nos invaden nuestros miedos más primarios, a que descubran lo frágiles que somos y no depositen su amor ahí. ¡Qué tontos! Si supiéramos que el amor es simplemente la necesidad de vernos en el otro y saber que siempre podríamos caber.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga