Seguramente cuando escuchamos la palabra sacramento nos viene a la mente la Iglesia Católica, sin embargo es un poco más primitivo, y nos puede servir de riel para integrar, comprender y darle forma psíquica y espiritual a ámbitos de nuestras vidas muy dispersos y escindidos por la propia cultura y su velocidad.

Los siete sacramentos eran, y siguen siendo ceremonias sagradas que imprimen «gracia o energía divina». Cada uno de ellos, (Bautismo, Comunión, Confesión, Confirmación, Matrimonio, Orden Sacerdotal o Sagrada y Extremaunción) representa a su vez, una fase de capacitación que invita a lo Divino a integrarse al espíritu de la persona. Y constituyen auténticos símbolos de madurez espiritual, obtenida en la realización de las tareas propuestas por cada uno.

Sin embargo, creo que más allá del todo eclesiástico que le queramos dar o no, los sacramentos son auténticos «religadores» de ámbitos inconscientes que, en momentos como los que vivimos, requerimos de una urgencia mirada cercana y amorosa.

Por ejemplo, si vemos el Bautismo, más allá de la ceremonia católica, y lo llevamos a todo lo que implica inicios, nos llevará necesariamente a los muy primitivos «ritos iniciáticos o de iniciación», utilizados desde el comienzo de lo tribal. La importancia que reviste el entender y darle vigencia a este sacramento en nosotros, no es otra que la del detenernos en lo precario, en lo difícil, en aquello que comienza y que no tiene vuelta atrás, en lo que nos transforma. Desde allí podríamos brindarle un respeto y un espacio sagrado en nosotros. Imaginemos tener consciencia de lo bautismal, cuando dejamos a nuestro hijo por primera vez en la guardería o colegio; comprender la tensión que para él y sus padres representa; esa tristeza, nostalgia e indefensión; mezcladas con la aventura, el descubrimiento, la libertad y el asombro. Igualmente cuando nos enamoramos, cuando nos desarrollamos, en nuestra iniciación sexual, laboral, económica, etc.

¿Tienen ustedes idea de la cantidad de seres que nos llevamos por delante, en nosotros y los otros, este fundamental y necesario rito de inicio ante aquello que nos transformará para siempre? Pues podría afirmar que nuestro sentido del triunfo súbito, la velocidad vertiginosa, y aquella confianza ciega en valores impuestos como: la voluntad, la valentía o la facilidad, nos dejan huérfanos de algo que nos unirá a nosotros, a nuestra valoración más sagrada y profunda de los hechos vitales por donde, inevitablemente, tendremos que transitar.

La Confesión, no podemos reducirla a un estar arrodillados frente a una caja ocupada por alguien en representación del Supremo; no, va mucho más allá, representa ese sentirnos, ese negociar silente con nosotros mismos, ese evaluar acciones, sentires y pensamientos que nos permitirán la tan necesaria reflexión, y es ésta la que nos doblará las rodillas para realmente rendirnos ante lo que no podemos y nos hará bajar la cabeza frente a lo grande, lo magnánimo, lo definitorio. Es el también detenernos ante lo vivido y evaluarlo a la luz de nuestras emociones.

Les dejo estos dos sacramentos para que los analicemos, los podamos integrar en ese caminar constante que necesita sentido y un norte que no sólo lo da la tribu a la que pertenecemos, sino que necesita resonancia en nuestros espacios más sagrados.

Quizás estamos viviendo un mundo tan absurdo, y una vida vacía porque olvidamos sacralizarla en nosotros.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga