En principio, tengan todos un muy feliz año 2010, mis mejores deseos para ustedes.

En una oportunidad, una antropóloga peruana, hace ya muchos años nos decía en clase: -«Lo primero que es importante incorporar es que el vivir es algo lleno de aspectos duros, y esto no es fácil de aceptar, sobre todo, cuando nos toca comprobar la inexistencia de garantías. La vida no posee garantías en nada».

Y los presentes corroborábamos aquello con un silencio huérfano y con algunas voces internas que nos convocaban a la fe, o a cualquier otro valor que nos ayude a caminar con un paso más ligero. De esto harán veinte años, y cuánto me ha servido, claro, pero como todo lo que pesa me lo he pasado de mano, de hombro, de brazo, se lo pongo encima a quienes caminan conmigo, lo dejo olvidado en la primera silla; pero tarde o temprano alguien me lo devuelve y llega menos pesado, más compacto y más fácil de cargarlo.

En una fiesta decembrina, me volví a ver con una antigua amiga, quien luego de algunas copas de vino, trajo al amor de pareja como tema personal y me decía:
-«Yo no sé qué pasa conmigo, tengo casi cincuenta, y he venido a poner mi corazón en un chamo de treinta y dos recién cumplidos. Ya una no está para estos brincos, imagínate, cuando yo tenga sesenta él estará en lo mejor de su cuarentena, no es justo, y creo que tengo que dar por terminada esta locura».

Hice el silencio respetuoso que siento y hago ante otro ser humano en el respeto a lo que siente, y pienso acerca de su propio proceso, y ante la mirada de ella que pedía a gritos una opinión de mi parte, y mi deformación profesional que no se está quieta ni en vacaciones, respiré hondo y acordándome del legado de mi profesora limeña le dije:
-«Amiga, ¿Alguna de ti se ha preguntado cómo te sientes? Ese es tu único legado cierto de esta experiencia, es con lo único que cuentas y lo único que te llevarás. ¿Sabes acaso si durarás un mes más, un año, tres días más con ese ser que te hace sonreír y que te devuelve la ilusión? ¿Alguien te dijo que llegarías a los sesenta, cuando todos estamos a la misma distancia de la muerte o del cambio? ¿Será importante hoy para la flora del planeta dejar pasar esta llovizna, porque está cerca el invierno? ¿Habrá acaso invierno, estará vivo ese arbusto que piensa de esa manera? ¿Quién lo sabe? «.

A ella se le iluminó la mirada y no dijo nada, creo que las palabras de la antropóloga penetraron su corazón, y quizás ese día pudo agradecer una experiencia adulta que no tiene otro juicio que la garantía de un bienestar que no existe, porque el bienestar existe en el propio hecho y momento de vivirlo, lo demás, simplemente es una especulación que nos pone en una actitud que si bien nos protege, ¿Pero de qué? Seguramente del placer del disfrute y de la experiencia como tal. Y nos quedaremos esperando que nuestro corazón se vuelva a conmover con alguien más adecuado, y quién sabe si allí, encontraremos alguna garantía.

La mejor garantía para no sufrir es no amar. A mí, déjenme sin garantías.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga