Continuando con lo desarrollado en el artículo anterior, acerca de la tesis de José Ignacio Cabrujas del país concebido como hotel, intentaré ahondar en esta clave importante para que nos permita quizás revisarnos en nuestra responsabilidad como ciudadanos.

Cuando nos miramos en el ascensor, mirando la cartelerita que ahora, en lugar del menú de la cena que ofrece el restaurant, aparece una circular diciendo que la más reciente administradora del inmueble acaba de, presuntamente, irse con la cabuya en la pata y llevarse parte del presupuesto para el pago de servicios, y que la policía la busca desesperadamente, pero que lamentan muchísimo el suceso tan horrible del que hemos sido víctimas y que es importante reunirse a ver qué hacemos al respecto; se nos mueven varios pensamientos, representados por los distintos vecinos que se montan en el ascensor y se toman el camino para leer lo expuesto: -«A esto se lo levó quien lo trajo, cuando pueda me voy a un hotel moderno, donde esto sea impensable, como el de mi prima que tiene un hombre rico, que aunque es casado, la mantiene como una reina». O: -«Pero ¿qué significa esto? Aquí debe haber cómplices en esa oficina, y tenemos que presionar para encontrar los cómplices, porque ahí los que no son ineptos, son ladrones». O, dirigiéndose, en tono imperativo y de líder estudiantil, a una señora, ya de la sexta edad, con su bastón, mirando al piso y apretando un pañuelito: -«No podemos permitir esto, tenemos que hacer algo, es que nadie valora lo que le cuesta a una ganarse el dinero. A mí me van a oir, conmigo los sinvergüenzas no van a ninguna parte. Ahora porque estoy apuradísima, pero vaya usted mientras tanto, porque aquí pareciera que a nadie le duele esto». Y la señora de cantidad de años encima, se iba encorvando y con los ojos para atrás, trataba de entender qué decía la peliroja de uñas escarlata que hablaba tan duro.

Y ninguno se percató que el papel que estaba debajo de la circular noticiosa del robo, era una amarillenta circular, con carácter urgente, de convocatoria, era la tercera, a una reunión de condominio para elegir a la Junta que nunca alcanzó, ni siquiera la mitad del quórum acordado; por aquello de que quién va a ir a esas reuniones tan pavosas, para siempre hablar las mismas pistoladas, y perder la noche en esa bolsería, qué va uno trabaja mucho para perder el descanso de la noche.

Y nunca falta el que espera mucho rato el ascensor, y cuando baja, se va parando en todos los pisos, lo que aprovecha el vecinito para decir a manera de decreto presidencial: -«Yo no sé ustedes, pero lo que soy yo, no pago más condominio, si ni siquiera estos ascensores de cincuenta años, sirven, esto es un rancho, uno debe hacer valer sus derechos».

Así, algunos se montan en sus respectivos medios de transporte, otros suben a sus habitaciones, pero en todos está el mal sabor, la impresión por el deterioro, por algo que pareciera se nos derrumba en las manos. Sin embargo, en el fondo, allá, donde sólo hablan las voces místicas, surge una voz tenue que nos recuerda: -«Tranquila, cuando peor estamos, alguien viene y hace el milagro. Duerme en paz y mañana confía, y no estés oyendo cosas, y menos leyendo a los profetas del desastre de las carteleras de los ascensores.” Y ella, buena por fibra, remata a su voz interna pensando:- “Y ojalá que quien venga sea bien arrecho, que ponga a esta gente derechita».

Tenemos un hotel en las peores condiciones, que lucha por transformarse en condominio, pero qué va, es demasiada responsabilidad, por eso, los más Light diremos: -«A mí que me digan cuánto se debe y yo pago, pero que no me perturben, total si yo soy un buen ciudadano».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga