En este deambular que ya va hacia las dos décadas, entre escenarios, auditorios, salas con tarima; exponiendo pensamientos, ideas, reflexiones; surgen cosas que me parecen dignas de exponer ante ustedes, quienes hacen posible que yo me siga parando ahí con el desafío de generar alguna posibilidad, en medio de una cultura que lo único que busca es impactar los sentidos.

He venido recibiendo, por parte de mi público natural, las damas, una suerte de queja, reclamo u observación en cuanto a que mis exposiciones, sobre todo cuando abordo el tema de hombres y mujeres, tiende a ser muy duro con ellas y muy laxo para con ellos. Esa observación, no sólo es cierta, sino expedita y muy intencional; por lo tanto, aprovecho este espacio, no ya para justificar, sino para explicar el por qué de tal desequilibrio en el discurso.

Creo firmemente que la mujer, y ahora más que nunca, es el único factor cierto de transformación del planeta, de la humanidad, del presente y del futuro. El hombre, en esta etapa evolutiva, a mi entender, no es más que un factor, importante, pero sólo un factor; la fuerza de cambio, la energía transformadora, está en manos de ellas.

Son ellas las educadoras del hombre, las líderes naturales de una manada productiva y sensible que se llama familia, que se llama comunidad, condominio, grupo de oración, asociación, etc. A ellas se les entregó, o se adueñaron, por pura capacidad, de la buena marcha de su descendencia. Son las estimuladoras naturales de lo sensorial: en la cocina, en el baño (olores, aseo, aspecto), en lo emocional: lloran, entran en crisis, se encabritan frente a lo injusto, etc. Y luego de la etapa de la liberación, también protagonizan con éxito los campos intelectuales y artísticos. Por todo esto, ¿En quién recaerá la responsabilidad? ¿Quién tiene la responsabilidad de educar a ese hombre nuevo, a quién le tocará inspirar lo pétreo de su sentir varonil?

Por todo lo anterior, y muchas razones más que no cabrían en estas líneas, no puedo ser indulgentes con ellas, no me siento coherente, si endulzo la importante responsabilidad, y aplaudo el seguir convirtiendo sus legítimas y dolorosas heridas en una revancha terrible que lo que termina haciendo es que tomen ellas el rol de perpetrador y vengador que por años, de manera muy injusta, sostuvo el hombre, y que tanto escombros ha dejado.

Me niego a ser cómplice de una mujer que se ha vuelto varón, y en lugar de sensibilizar al mundo, se ha enfilado hacia el poder, la tenencia, la afrenta y la competencia férrea. ¿Quién entonces educará al nuevo hombre y a la nueva mujer?

Y todo esto lo pienso, siento y expreso a la luz de mi consulta y la de mucho colegas que está llena de mujeres triunfadoras, poderosas, arrechas, y profundamente desoladas y secas. Y eso, amigas amadas, no es lo que quiero para este planeta, y menos para el género humano por venir.

Las amo siempre.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga