Quizás les suene un contrasentido este título, y creo que lo es, en un mundo donde ganar es el único objetivo, no importa cuántas cosas se lleve ese supuesto triunfo. Así como la luz nace de la profunda oscuridad, la verdadera energía de la ganancia auténtica, nace de los escombros que nos dejan las pérdidas.

Asumir que vivimos en un mundo de pérdidas transformadas en ganancias, y ganancias en pérdidas, implica una llamada de atención en nuestras más sublimes o perversas intenciones. Seguramente los más virginales que lean estas frases, rezarán los lugares comunes como: -«En toda ganancia hay una pérdida», o «Cuando una puerta se cierra otras muchas se abren» y éstas, en mi humilde entender, son verdades a medias.

Hacer el trabajo de la pérdida, en una de las tareas más arduas, pero más fructíferas del trabajo terapéutico. Nos toca a los terapeutas que el paciente, una vez pasado el shock emocional, y su respectiva catársis, pueda, ahora con más claridad, evaluar realmente las pérdidas sufridas, y es allí cuando surge la racionalización que tampoco sirve. -«Bueno perdí una pareja, un hogar, un compañero(a), un amigo, etc». Y todas éstas, son elaboraciones intelectuales que no tocan fondo, por ende no transforman. Entonces hay que meter el dedo en la llaga y de allí brotan auténticas joyas que tocan emoción y generan el duelo necesario: -«Perdí su olor en la cama, el calor de su cuerpo a mi lado, su peso en mi cama, el sentir que abre la puerta, el olor de su colonia en el baño, su mensaje inesperado, su llamada sorpresiva, su apatía para levantarse los domingos, etc., etc., etc.». Aquí se toca una cotidianidad que se ha transformado definitivamente, y con la que hay que aprender a vivir, y es de estos escombros de donde surgirán los nuevos bríos para comenzar, y para que todo lo anterior, no se nos haga fantasma en nuestra vida futura.

Si lo vemos como colectivo, es desolador escuchar como la gente habla del país que se perdió, con la esperanza de que vuelva, sin comprender, que ese país añorado, mejor o peor que el que vivimos, no volverá jamás. Si lloráramos ese duelo, si realmente nos rindiéramos a él, obtendríamos las fuerzas necesarias para enfrentar y transformar al que está. Entendamos de una buena vez, que si la vida nos diera la oportunidad esperada de volver al país que añoramos, en las mismas condiciones, sería un país distinto al que vivimos, porque nosotros, que somos los elementos de ese país, también nos transformamos, seamos o no conscientes de ello.

Creo que la legítima defensa al país, la pareja, la relación, la familia o el planeta soñado, comienza por llorar lo perdido, pero profundamente, de ese duro duelo saldrán las nuevas fuerzas para volver a soñar y transformar el que tenemos. De lo contrario, todo lo que se haga, como lo ha demostrado esta reciente e intensa década, no es más que un sueño romántico que se nos hará fantasma y nos perseguirá para siempre.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga