En otras oportunidades he escrito acerca del tema de desear la armonía, ser armónico o llenar de armonía la vida; también he sido enfático en que el concepto que se maneja en esta cultura de la armonía, refiere más a seres que están fuera de la vida, que no se meten en problemas, que no entran en conflictos ni con ellos, ni con nadie; encontrándose, más cerca de la muerte en su concepción ontológica que del vivir como hecho activo que conjuga malestares, conflictos, problemas, oscuridades, errores, y todo lo humano.

También he hablado que HARMONIA era la hija, de un cacho, por cierto que tuvo Afrodita, la diosa del amor y Marte, el dios de la guerra, y es aquí, donde quisiera detenerme.

Los griegos, a través de su mitología nos quisieron representar que la única armonía posible es la que nace de la relación entre el amor y la guerra, es de esa fricción, de donde brota, amanece, aparece esta fuerza primaria. Si nos detenemos un poco en el concepto, creo que aquellos habitantes de las ciudades, no tenemos ningún problema en identificarnos con la guerra, llamemos así al tráfico, las dificultades, el poco rendimiento del tiempo, el dinero, la desolación, el estrés, la ansiedad, los conflictos sociales, morales, políticos, etc., con los que tenemos que luchar a diario, nos gusten o no. Y es aquí, cuando en el mismo propósito deberíamos despertar ese espacio amoroso que en cada uno vive, y que seguro poco conocemos, para darle paso, aunque sea un rato en el día a la verdadera armonía. Pero ¿Qué nos sucede?

Que vivimos en pos del triunfo, del logro, del éxito, y éstos, si bien son aplaudidos, no van de la mano de ningún concepto humanamente armónico. Pareciera que cuanto más esfuerzo, más lucha, más dificultad perpetremos en cada conquista, el aplauso será más conmovedor, el sello más profundo; para, al final, darnos cuenta de que no hemos terminado el primer «éxito», y ya el colectivo nos exige el próximo, haciendo de nosotros máquinas veloces, en busca de algo de lo que no tenemos idea, y menos sabemos de qué se trata.

La propuesta es concientizar nuestra guerra, para que nuestro amor despierte. Así, cuando tomamos en cuenta aquello que nos apasiona, y lo hacemos, aquel lugar hermoso donde siempre sentimos como si nuestra alma tocara al cuerpo, aquella actividad que me desconecta, cierta compañía que me relaja, etc., y respetar eso como el elemento necesario para que el amor se haga presente en nuestras vidas; así la armonía no tardará en hacerse una con nosotros. Quizás le haga falta a nuestra vida que le montemos cachos a nuestro deseo de triunfar, con nuestra legítima posibilidad de ser felices, o por lo menos con la de sentirnos bien con nosotros.

Siempre les digo a los grupos que se olviden de que las cosas van a mejorar, eso es imposible, no va, los que tenemos que mejorar somos nosotros ante lo que acontece, y aprender lo necesario para hacerle frente.

Por último, como quizás lo planteado, pueda parecer algo ideal, utópico, permítanme entonces, hacerles esta pregunta:-“¿Hace cuánto tiempo usted que me lee, no toma contacto con el agua que sale de la regadera y toca su cuerpo?” Eso no lleva más tiempo que el mismo que se toma uno bañándose, pero conecta con una parte amorosa que puede codificar fuerzas armónicas para esa batalla diaria. ¿Vió que no es tan difícil?

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga