Hace algunos días, en el twitter, escribí una frase reflexiva, como lo acostumbro hacer desde hace algún tiempo. En esta oportunidad no fue una mía, sino una del escritor británico Oscar Wilde que decía: «Cuando era joven acostumbraba a pensar que el dinero era lo más importante. Ahora de viejo sé que lo es». Apenas envié la frase a la red, me llegaron un grupo de mensajes cargados de extrañeza y hasta despectivos y desilusionados, aludiendo a que esa frase no era para nada espiritual, y menos positiva; lo que me dejó en una seria reflexión de las etiquetas que pensamos que le ponemos a otros, cuando simplemente las cargamos nosotros para salvarnos de esos otros.
Más que el problema de las etiquetas o de las expectativas, me resultó curioso observar como, cuando asomamos lo sombrío, nos espantamos, y como niños, lo negamos como algo satánico, y que nos negamos a aceptar.
Cuando hablamos del dinero, de la muerte, de la astucia, del desamor, que son sombras, o lados oscuros y no malos del: dinero, la vida, la bondad y el amor; se nos alborotan áreas nuestras que pareciera hemos sumido en las profundidades de un mar desconocido, y que las vemos actuar sólo en los «malvados y pecadores» que se les escaparon a alguien de un rebaño muy bien cuidado y hermoso.
Creo, y soy muy enfático en esto, que mientras no descubramos, aceptemos y hagamos un auténtico trabajo de integración de estos aspectos, seguiremos sintiendo que estamos en mundo equivocado, rodeados de equivocados; mientras nos relamemos nuestra supuesta pureza y bondad que nos muestra como individuos positivos y espirituales.
Seguimos caminando por un sendero, tal cual nos educaron, siendo buenos, más no felices y eso es una plaga como cualquier otra, porque para seguir honrando esas etiquetas y esgrimiendo esa bondad, positivismo y pureza para afuera, tenemos que ignorar una maldad, una oscuridad y una cosa no tan limpia que como simples mortales, todos llevamos como equipaje, a veces, muy necesario para el diario vivir.
Entonces, estas manidas etiquetas pasan a ser instancias de poder absoluto, con lo cual te miro por encima del hombro y te digo: -«Pero cómo es posible, tan negativo, con razón te va así, yo mejor me alejo porque eso me contamina». Tal cual se hablara de una peste, o de un pegoste que te incluye en un bando de miserables, ladrones y asesinos, donde tú, ni te asomas porque se te pega. Suena cómico de tan ingenuo y tonto, pero así se muestra.
Un día, a mi charla de los lunes me llegó una señora, asidua y me dijo lo siguiente: -«Ay Carlos, el grupo de señoras que venimos todos los lunes, estamos consternadas, porque a Jesusa, ¿se acuerda? la alta y delgada del grupo nuestro, le diagnosticaron un tumor en el hígado y eso en ella, es realmente inexplicable. Una mujer tan buena, tan devota, tan bella persona». Yo, respetando el legítimo dolor, les dí mi solidaridad, y la semana siguiente agarré al grupo, e ingenuamente les hice dos preguntas: -«¿Realmente ustedes creen que todo ser que enferme es malo, impuro e impío? ¿No será que para ser tan buena para todo el mundo tiene que ser muy malvada con ella? Se los dejo como reflexión».
Ante esta crisis del planeta, ante esta fragilidad que vivimos a diario, creo que lo más saludable es comenzar a desechar las etiquetas y colocarnos la de «HUMANOS», que será la única que nos permitirá sobrevivir con integridad y posibilidad con nosotros y con los otros.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga