Sin duda, somos y así consta en nuestro mapa emocional, seres heridos, unos más y otros menos, pero heridos. Estas heridas son las herramientas que nos permitirán volvernos a relacionar, saber dónde poner lo límites para respetar mis dolores, y tratar de no repetir mis experiencias duras y dolorosas.

Sin embargo, hay un momento de la vida donde, emulando a los héroes de películas, prometemos que saldremos adelante y les demostraremos a nuestros heridores que estaban equivocados. Y vamos saliendo adelante, poniéndonos una especie de grasa protectora en las heridas que anestesia el dolor y las esconde del mundo.

Haciéndonos ver como héroes de mil batallas y triunfadores ante los obstáculos del diario vivir.

Esto, que de alguna manera nos toca a todos, nos convierte en sobrevivientes emocionales, y para ello hemos mutilado el único recurso interno que nos regala el vivir: la conexión emocional.

Esta es el registro de mi sentir frente a lo que me ocurre, vivo ó percibo del mundo de afuera. Es este registro el que me brinda los límites, no para los demás, sino para mí, para lo sagrado en mí.

Así, un sobreviviente emocional se dedica a pensar las emociones, no las siente; no sabe ni puede marcar límites ante sí mismo, y menos hacia los otros, generando una ilimitación en todo lo que hace, descuidando su vida, su salud y lo frágil del amor.

La personalidad o conducta que se concreta es la de héroe o heroína, de allí que se sienta siempre sólo, nadie sabe realmente lo que a ese ser le pasa, su vida depende de lo que le sucede al otro, siempre está dispuesto, como si su propia vida, su intimidad, su ser, su tiempo no tuvieran ningún valor.

Hay una característica, aún más genuina, de este sobreviviente: entre los demás y él o ella se estrechan afectos que dejan una sensación de deuda. Y esto se hace coherente cuando, sin son ni ton, realiza hazañas heroicas en la vida de los otros sin que nadie las hubiese solicitado, dejando a las víctimas o involucrados en un gran déficit emocional.

El único camino para ir saliendo de esta supervivencia tan dura y peligrosa para nosotros es ir despertando la conexión perdida que nos deja huérfanos de las defensas vitales para saber hasta donde puedo y quiero llegar en el otro.

En el próximo artículo les prometo un acercamiento a ese despertar del sentir.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga