Cuando escuchamos la palabra violencia, quizás se nos agolpan en la mente montones de guerras, maltratos, desigualdades y oprobios de los que las noticias nos reseñan a diario, pero lamentablemente para entender las relaciones, tal cual las llevamos, es necesario ver esta palabra con cuidado.

En esta cultura de «ser buenos y no felices», las relaciones interpersonales, se tornan más como alianzas que como espacios donde el amor pueda hacer nido; y esta instancia de pacto, viene dada por la necesidad de sentir algún tipo de poder que nos salve del otro, y no nos deje andar a su vera. De allí que cuando por alguna circunstancia perdemos nuestro espacio de poder, surge inmediatamente las armas más implacables en lo emocional: el chantaje, la manipulación o cualquier estrategia que nos de la ilusión de que estás en mis manos.

¿Y cuándo aprendimos tan bajos recursos para el amor relacional? Quizás en nuestra esencia de simios, quienes no ejercen relaciones sino alianzas que les permita obtener sus objetivos, o, y lo más probable en el hogar, donde nuestros padres, hicieron, seguramente sin proponérselos, gala de estas estrategias.

Los padres jugando a ser «buenos», porque esa es la orden sustantiva y sellada en cada uno, vivirán entre: el amor por sus hijos, el criarlos bien, y el no perder el poder que tienen sobre ellos; y esa lucha titánica, sobre todo en el último punto, acabará por hacerlos pasta ideal para todo suerte de manipulaciones, mentiras y chantajes que mantengan el poder que los hará, aparentemente, dueños de todas las situaciones. Así, el uso de la jerarquía, don natural y legítimo, el dominio de la adultez y la responsabilidad, caen rendidos ante la violencia (física, psicológica) el chantaje (emocional y material) y la manipulación (la mentira y el qué dirán); haciendo esta labor de padres, tan difícil e importante, una suerte de juego de ajedrez de poder que logre dar con la película que para ellos garantice el sentirse tranquilos y satisfechos; menuda recompensa, y ¿Quién pensó realmente en los hijos? Nadie, por eso tienen una educación ineficiente, incapaz, e inútil, que nos da títulos, reconocimientos, manejamos idiomas, fórmulas, pero somos incapaces de desenvolvernos en una ruptura emocional, en una pérdida, o en un rotundo NO a nuestras intenciones, lo que hace del sistema educativo inoperante para la vida, pero garante para nuestros adultos que necesitan graduarse de buenos. Si todo lo narrado no es violento, enajenado de poder, y ausente de todo amor posible, entonces no sé de qué hablo.

Por todo esto, graduamos a la vida hijos frustrados y muy heridos emocionalmente, y con ese equipaje van a hacer pareja, por lo tanto, apenas toquen el sentir, si acaso no lo tuvieran, como la mayoría muy bloqueado, irían enamorados de una idea de amor, a tratar de unirse con personas con quienes podrían ejercer poder; llámese gente que sea inferior a nosotros en algo, que le llevemos experiencia, carácter, fuerza, o status de algún tipo, porque esto nos generaría, poder vivir la relación con cierta «garantía» de llevar las acciones y de evitar que nos hieran, cosa que sabemos falsa, pero esperanzadora. Todo esto, en el mejor y más virginal escenario es muy violento, simplemente es una lucha encarnizada de poderes que llamamos amor.

El planeta, en su agonía, necesita que oxigenemos y le demos nuevo aire al verdadero amor.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga