Muchas veces me han leído o escuchado que lo único que traen los procesos de la vida es el objetivo de transformarnos, y que cuando comprendemos tal encomienda, quizás podamos bajar nuestra cabeza y rendirnos ante ellos para que cumplan su cometido. Pero ésta, para nada, es tarea fácil, por el contrario, dentro de una cultura que nos exige triunfar, salir adelante y vencer, el transformarnos, es quizás lo que logra suceder luego de muchas alarmas encendidas que nuestro ruido mental obvia.

Hoy quisiera ahondar sobre el proceso, porque pienso que si lo hacemos digerible, universal y aparentemente sencillo, quizás las metáforas nos ayuden a comprenderlo y a seguirlo como a un lazarillo que sabe, a ciencia cierta, qué quiere y a dónde va.

Ante todo, es oportuno señalar, que toda transformación exige una muerte, la de algo, y seguramente, de aquello que consideramos seguro, estable, perfecto, y valioso en nosotros. Si esto no se ve vulnerado, es imposible entender un proceso de transformación.

Otro detalle importante consiste en que ningún proceso, garantiza la transformación, porque ésta, es misteriosa y no será nunca nuestro ego, y menos nuestra racionalidad quien la dirija, porque no será una auténtica transformación, sino la idea de ella.

El riesgo siempre está presente, por eso toda crisis, naufragio, fracaso, traición, novedad sorpresiva, nos aterra tanto, porque en ello se corren riesgos reales; sobre todo en esta cultura donde, acumular, preservar, y demostrar orgullosos lo ganado, pareciera la única meta.

En días pasados, una joven me escribía angustiada porque su esposo, joven también, al parecer excelente hombre y marido, cuando tomaba alcohol se ponía violento, y ya la había agredido en dos oportunidades. Yo le contesté que situaciones como esas, exigen un límite inmediato, y tiene que ser uno, de tal contundencia que implique cambios de conducta drásticos, de lo contrario, quedaríamos en manos de las circunstancias y de alguien que si bien amamos, cuando bebe, desconoce los límites de la integridad, el respeto y hasta del otro. Ella, me imagino que muy confundida me contestaba que no se atrevía a lo que le sugería, porque le parecía injusto que en tres años de relación, apenas dos oportunidades, marcaran tales y tan radicales medidas. Y cerraba diciendo que lo que ella no podía poner en riesgo era su hermosa relación, por lo que le iba a dar una nueva oportunidad, luego de su dramático arrepentimiento.

En este caso, muchos de nosotros actuaríamos igual que la joven, preservaríamos nuestra relación, más que nuestra vida e integridad, dejando que él, quien necesita ayuda, y no la va a buscar, quede libre ante sus sombras de ira contenida. Aquí, no hay transformación posible, por lo tanto, el proceso irá a presentarse cada vez más dramático, porque la propia relación de ellos, está gritando la necesidad de cambios en sus formas, pero lo que se pone en riesgo es demasiado sensible, y nos cuesta mucho poner manos a la obra.

Quizás, de ella hacer lo que pareciera corresponder, podría hacerle perder su relación con él, o cambiarla de tal forma que ya no sea nunca igual, y es ese el riesgo de algo que se huele en esta, aparentemente excelente, pareja joven y vibrante.

Cuando nos resistimos a la transformación, esa energía maravillosa y perfecta llamada vida se encarga de ella, porque el cambio necesita darse aún en contra de nosotros, entonces creamos una fuerza de choque que sólo nos llevará al dolor y a la frustración.

En el próximo artículo haré una metáfora de los procesos de transformación que espero lo ilustre mejor.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga