A veces, confundimos el dar, el hacer las cosas bien, el cumplir, el ser «buenos», con acciones que nos catapultan a lo inhumano y hasta lo dañino e impenetrable para los demás.

Una «buena madre», no es para nada, como muchas pretenden que consiste en ahogar al niño en atenciones y cuidos que lo dejan ahogados (causa arquetipal de muchas asmas respiratorias) y castrados para su natural aprendizaje. Tampoco una buena pareja es una apéndice del o la otra persona, convirtiéndose en su sombra, y haciendo por el otro lo que jamás harían por ellos mismos.

Un buen trabajador, dista mucho de aquél que jamás toma vacaciones, quien jamás dice que NO a ninguna petición ejecutiva, y menos, de quien no se da permiso a equivocarse y a cometer humanos errores. Un buen ciudadano no es el policía que está pendiente de lo que los otros dejan de hacer, ni quien espera, sueña o pretende que todos a su alrededor sean como él o ella, y hagan las cosas de igual manera. Tampoco es un buen hijo quien no entiende que la vida va hacia adelante y es en ese movimiento, siempre con honra y agradecimiento, hacia donde hay que seguir.

Cuando asumimos conductas extremas, aunque «buenas», nos llenamos de frustración y terminamos desolados al comprobar que los demás, en su mayoría, y gracias a Dios, no son así.

Entender los grises del vivir, es el acercamiento necesario y prudente a lo humano, dejando ver nuestras aristas, nuestras costuras, nuestros hilos sueltos, y si, con la excelente disposición a hacerlo lo mejor que podamos. Por eso afirmo que palabras como: perfección, eternidad y pureza absoluta, no son para nada humanas, aunque añorables, nos monta en un heroísmo que nos condena a la pena de la incomprensión y falta de solidaridad de los otros.

Quizás estas conductas encierren aspectos muy inconscientes que lo que pretenden es compensar algo que en nuestro interior pueda estar carente o vacío, y es bueno revisarlas.

En una oportunidad me encontraba en un mall de Miami, ¿Dónde más? Nos dio hambre y fuimos a comer algo en una inmensa feria de comida, éramos tres, pero especialmente una de mis acompañantes, es obsesiva con la limpieza, y al terminar, todos recogimos lo nuestro, lo echamos en el recipiente correspondiente, y ella se quedó limpiando la mesa, con tal detalle, que la señora de la limpieza, que la estaba observando, una cubana mayor, le dijo, amigablemente:

-«Amiga, recuerde que mi trabajo depende de que siempre haya que limpiar, si usted, en su mejor intención lo hace, me quedo sin empleo». Y se echó a reir.

Esa fue una hermosa lección de que todo tiene una medida humana que permite que lo vivo se siga moviendo y evolucionando.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga