Uno de mis historias preferidas de los Vedas, es aquella donde durante kilómetros viene el discípulo para preguntarle al maestro qué decisión es la más oportuna tomar ante una situación, luego que lo ve, se le acerca, y antes de agacharse a saludarle, el maestro le ve y le dice:

– «El camino incómodo, siempre el incómodo, el otro es un espejismo». Y el sabio sigue su camino.

Quizás en nuestra cultura occidental, esto suene a masoquismo o a dolor porque sí, y no es de eso que se trata.

María Eugenia, luego de doce años de matrimonio, un día aceptó sin remedio, la decisión de divorciarse que su marido le impuso, luego de gran sufrimiento por parte de ella, él sintió culpa, y aunque ya él, se estaba casando en segundas nupcias con otra, trató de quedar bien, convenciéndole a su ex que aún la quería y que pudieran seguir la relación, pero ahora de amigos, y que seguramente así, podrían llevársela mejor. De amigos pasaron a amantes, y resultó ciertamente cómodo para ambos. Las exigencias eran mínimas, él, como papa de los niños, visitaba más la casa, ella no se destruiría en el dolor, ni él en la culpa.

Luego de dos años en este «paraíso», ella salió embarazada, y al decírselo a su ex, de quien ella juraba era el bebé, él lo negó enfáticamente y ahora la dejó, ya no por ex esposa, sino por ser una mujercita que se acostaba con varios y ahora quería achacarle este nuevo crío. María Eugenia destrozada, humillada, deprimida y embarazada. El, decepcionado, indignado y alejado de esa mujer para siempre.

A veces tendemos a pensar que la vida es algo que se cose a nuestras espaldas, y qué va. La vida, este transcurrir de tiempo, sólo nos habla, siempre, de nosotros.

La comodidad es la que hace posible que un mundo de consumo y de frivolidad se mueva en nuestras narices; y si bien como concepto práctico es atractivo, cuando lo llevamos al ser, a nuestra esencia emocional, y a nuestro único objetivo de vida: el transformarnos, se convierte en algo inhumano y hasta perverso.

El hacerlo fácil o cómodo, nos aleja de esas oscuridades necesarias, de esos duelos que nos aterran pero por los que hay que pasar para generar el proceso que logrará, seguramente, dicha transformación.

Nuestra amiga, optó por lo práctico, por aquello que no la llevara a morirse un rato, sin saber que siempre hay que morir para nacer. Se quedó en la luz por terror a la oscuridad, ignorando que es en esta ausencia lumínica de dónde nace y brota la auténtica luminosidad. Evitó un dolor a sus hijos, creándoles un dolor de a poquito, al dar por hecho de que papá vive en otra parte y viene aquí a reabastecerse. Eso se convirtió en tierra seca, hasta que la misma sequía se desbordó en un accidente, un descuido preciso que puso las cosas en su lugar; generando ahora un dolor lleno de decepción y frustración entre ambos, un alejamiento lleno de rabia y un niño en camino a quien le tocará cargar con todo eso.

Quizás usted que lee este artículo ya haya pensado de forma práctica, en un examen de ADN o alguna de esas cosas, porque volvimos a lo cómodo, y a no pensar que la comodidad NUNCA valora lo único valorable: el proceso. La solución a este caso puede ser cualquiera, pero lo verdaderamente importante es lo que nos enseña de esa actitud superficial, de evitar lo que toca y de no saber separar lo que quisiera, de lo que realmente importa.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga