No cabe duda que el amor es esa emoción que ejerce una fuerza vital; creadora, profunda, primigenia, pero por sobre todo, transformadora.

Toda fuerza creadora, necesita estar permanentemente transformando lo creado para insertarlo en la vida y en la evolución. De allí, que en todas las mito génesis (Interpretación narrada del comienzo) aparezca siempre el amor como lo primario. Así, en la Teogonía de Hesíodo (Poeta griego 700 AC), nos revela que en el principio, sólo moraban Caos y Eros, como fuerzas primarias e iniciadoras de todo lo que sería el mundo.

Hago un paréntesis entonces, para detenernos un poco en esa tendencia, muy virginal por cierto, de hacernos ver lo el amor como un halo rosado, que sólo sonríe, nos llena de alegría y continúa llenándonos el corazón de dicha y placer. Para nada quiero negar este aspecto del amor, pero creo que es el menos importante y poco trascendente en la energía vital de esta fuerza emocional, y como antes dije, transformadora. Lamentablemente nadie, ni nada se transforma en la alegría, menos en el placer, y aún menos en la dicha. Si bien éstas son instancias necesarias, placebos maravillosos; distan mucho de ese objetivo primario del amor.

Si volteamos la mirada a nuestro pasado, nos tropezaremos con una serie de experiencias duras, difíciles y nada gratas; pero si, en lugar de descartarlas por lo mucho que sufrimos allí, nos detenemos en el «para qué», encontraremos todo un arsenal de ganancias y posibilidades que éstas nos brindaron. Experiencias amargas como: muertes, traiciones, giros inesperados, desolaciones, desamores, diagnósticos, enfermedades, críticas, rechazos, etc. Sin duda, de forma consciente o inconsciente, hicieron y seguirán haciendo, un trabajo amoroso en nosotros. Nos enseñaron cosas tan importantes para el tránsito del vivir como: la fragilidad, lo efímero, lo mortal, lo humano; y eso, si lo permitimos en nosotros, nos ha vuelto seres más formados, más adultos, más astutos para esta complejidad del vivir con lo otro y con los otros. Así que también es amor, quizás no en la envoltura más agradable y deseada, pero amor transformador al fin.

A veces, me lleno de compasión escuchando en la consulta a seres con edad adulta, hablándome de su necesidad de amor, sin ni siquiera ver cómo el amor está operando siempre en ellos, y en todo lo vivo.

Para mayores detalles, observemos la naturaleza que es una expresión del amor vivo y activo. Allí, a simple vista, observamos cómo la semilla necesita destruirse para germinar; como la tierra necesita moverse para reasentarse, como los ríos necesitan ampliar o regresar a sus cauces originales, y dar gritos desesperados para causar atención y respeto. Esto, aunque nos asuste y afecte, son expresiones legítimas de amor transformador de esa sabiduría ancestral que en ella habita.

En la medida que podamos ampliar nuestra visión y comprensión del amor en sus expresiones transformadoras, permitiremos que nuestra convivencia e este espacio, sea más rendida, agradecida y abierta al cambio.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga