Un título como éste podría dar pie a varios artículos, sin embargo quiero aprovecharlo para una consulta que me hiciera Emilia de cincuenta y un años, y treinta de casada con cuatro hijos, dedicada al hogar. Ella me dijo:

– Vengo a su consulta porque no aguanto más sentirme una mujer dependiente, como un parásito de mi marido e hijos, sin logros que celebrar, sin metas económicas o desafíos diarios que le pongan un poco de color a mi vida. No me puedo quejar, tengo un hogar maravilloso, mi marido es un buen hombre, trabajador, no nos ha faltado nada nunca, mis hijos son ya todos profesionales, y ahora siento que quien se quedó en el aparato fui yo. Entonces decidí consultarlo, a ver qué me sugiere usted, porque no tengo tiempo que perder.

Aquí Emilia ha despertado a una necesidad interna válida, de probarse a sí misma, y darle un viraje interesante a su vida en el área del hacer. Sin embargo, en su planteamiento, si bien está clara su necesidad, no lo está su querer, llámense sus caminos, modos y formas en las que imagina esa independencia, por lo tanto tuve que preguntarle cómo ella define o interpreta esa independencia soñada, a lo que me contestó:

-Bueno, me imagino salir desde temprano a la calle, andar de punta en blanco, tener mi propio vehículo, ir a comer con ejecutivos, clientes, ir a cocteles, reuniones, acostarme agotada, pero muy feliz, sintiendo que valió la pena. Comprarme lo que desee sin pedirle nada a nadie, ni pedir autorización para nada que me provoque.

Lo que plantea Emilia, sin duda cabe dentro del concepto de independencia, pero visto desde un colectivo, sin entrar en los detalles más importantes de la vida; como son edad, condiciones, situación, circunstancias. Valorar lo anterior, es lo que nos permite que esa necesidad interna sea congruente con un querer y un hacer, el cual no arrollará aquello que, aún hoy, es sagrado para nosotros.

A veces, cuando esas necesidades internas las exponemos al colectivo, pueden despertar un sin fin de reacciones, desde un pánico, hasta darnos un empujón ciego que sólo nos puede llevar a un gran derrotero.

Cuando le expliqué a mi paciente que, de acuerdo a lo que me había explicado y a su imagen del logro, eso le costaría inevitablemente el descuidar a su marido, sus hijos, su hogar; es decir a quedarse sola pero triunfante. Lo primero seguro, lo segundo, aún por verse. Cuando le asomé la idea, le cambió el rostro y a mitad de explicación, me interrumpió y me dijo:

– No, yo no quiero eso, para mí mi matrimonio y mi hogar son mis mejores tesoros, y por nada estoy dispuesta a abandonarlos, ni siquiera a descuidarlos.

Entendido esto comenzamos a elaborar un plan de acción que estuviera acorde a su edad, circunstancia y posibilidad, que le brindara lo que en verdad necesitaba: probarse a sí misma que podía producir algo que la hiciera sentir independiente y tener nuevos desafíos que, sin descuidar lo sagrado, tiñeran de nuevos colores su diario vivir. Entendiendo que esto, debido a tanto amor en su hogar, había que hacerlo en el mayor consenso, y paso a paso, para que los resultados fueran coherentes con aquello que necesitamos y queremos.

Cuando nuestras necesidades internas se traducen en conceptos tan amplios y complejos como: libertad, independencia, valoración, riqueza, tranquilidad, etc., tenemos que ser especialmente cuidadosos en tomarnos el tiempo que necesitemos para que esto quepa en nuestro mundo, también lleno de conquistas, tesoros y cuestiones sagradas.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga