No sé si bueno, pero creo oportuno e importante recordar que todos estamos bajo el dominio, silente pero contundente, de un aparato de consumo que necesita para la eficacia de sus operaciones de poder, mantenernos en permanente situación de infelicidad, de sentirnos incompletos, ansiedad, y convertirnos en ese pozo sin fondo que nos haga ver en esa pastillita, aquel objeto, alguna tienda de moda, en ese manjar, esa operación estética, en esa relación que ellos contienen en sí la promesa de nuestra vuelta a un paraíso que perdimos.

Por supuesto, el resultado es entrar en un juego inacabable de éxtasis momentáneos que harán nuestra caída, dura e inevitable, el levantarnos más frustrados que antes y mucho más urgentes en esas necesidades creadas, publicitadas y muy bien vendidas.

Imaginemos un ser integrado en sí mismo, conectado claramente con su mundo emocional; sería un desastre para esa industria mega millonaria que ya no encontraría qué venderte para hacerte sentir una persona parecida a las otras, es decir uniformada y llena de cosas por adquirir, para tener la esperanza en que llegará el día cuándo nos detengamos y nos sintamos mejor.

El estado en el cual, a diario, nos sentimos en medio de este huracán, para nada se llama, ni se le parece, a la soledad. Esta sensación anteriormente descrita, es más parecida a la desolación que lleva como motores de amplia potencia al vacío y al sin sentido.

La soledad, o edad del sol, es un estado humano muy fértil donde se alquimiza el vivir, el sentir y va cobrando sentido lo vivido. Por eso, es necesario satanizarlo y llevarlo a una palabra incómoda y de connotaciones poco agradables.
De allí que lo mas importante de nuestras vidas lo tenemos que vivir solos: nacer, morir, envejecer, el dolor, la traición, el madurar etc. Porque independientemente de que tengamos a miles de personas acompañándonos, eso importante se vive en soledad, porque es darle sol ( luz, vitamina D, iluminación, fuerza y sentido) a aquello que nos toca afrontar, y solo tiene digestión en nuestro interior. Es en este estado, cuando gestamos lo que vamos a trascender en nuestro paso por la tierra.

Claro, ahora el dilema, ¿Cuántos podemos vivir y alimentarnos de la soledad como estado, con qué referencias contamos, quién nos apoya? Ahí está la fuerza del aparato en el que estamos insertos, nos sentimos perdidos en la soledad, por lo tanto se nos vuelve un estado angustioso, seco, largo y vacío; donde lucharemos para salir y dejar todo así. Aquí entonces, ese espacio lleno de oportunidades se nos hace desolado, es decir «sin sol», por lo tanto será el pujilato para salir de él, y aquí contamos con todo lo que el aparato nos ofrece lleno de promesas y luces de colores.

La labor es dura, paso a paso, pero ante todo hay que entender dónde estamos parados. Mi proposición, no es, ni volvernos hermitaños, ni mucho menos, es simplemente recobrar aquello que nos arrebató esta cultura y que nos pertenece legítimamente. Es volver a nuestra íntima conexión, al sentir, al respirar, a ver de otra forma nuestros silencios y oscuridades, a entender los procesos para ser compasivos y misericordiosos, ante todo con nosotros. Bajarle el volumen al heroísmo para que nos quieran, al ser buenos con otros y muy malos con nosotros, a rescatar nuestra energía primaria y dejar que ella saque nuestros olores para darle paso a lo instintivo.

Quizás todo lo anterior suene a utopía, pero les prometo que el trabajo de conquista, poco a poco es delicioso y te deja a cada paso un regalo que nada de lo que el aparato te promete te lo puede brindar: el sentir que vas siendo, a parcelas, dueño de ti; y eso, vale la pena.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga