En estos tiempos cuando cada día nace más gente, e irónicamente, cada día también crece el número de gente desolada, el tema del amor, pareja, y relaciones, se vuelve inagotable. Les confieso que, a veces, quisiera tener más herramientas para hacerles llegar lo que siento de esta realidad, pero se me hace difícil, y ya no por la comunicación en sí, sino por una forma terca que ponemos al frente nuestro, sintiéndonos «súper aptos» para una relación, cuando en verdad, lo que tenemos dentro para ello, es un paraíso Disney desarmable que nos termina defendiendo con uñas y dientes de esa entrega que, sí o sí, el amor exige.

En mi audio libro más reciente: «Reconciliación», reitero que el amor no es esa cosa rosada de peluche que nos enseñaron, por el contrario, es una muy poderosa energía primaria cuyo único objetivo es transformarnos, y cuando la llenamos de resistencias, entra por el camino más expedito de transformación: el dolor. Por eso, atraeremos a los seres, circunstancias, o hechos que cumplan el plan de esa energía amorosa, a pesar de nuestra blindada resistencia.

Beatriz es abogada, ya en la cuarentena, quedó viuda hace seis años, y se blindó del amor de pareja ese tiempo, con la excusa de levantar a sus dos hijos; energía ésta que la motivó, hasta hacerla una mujer muy próspera y con un sólido piso económico. Desde hace un año entró en consulta conmigo porque ahora deseaba una pareja, y creía estar completamente preparada. Cada cierto tiempo, su biografía se llenaba de un nombre, y se dibujaba de la misma forma, tres salidas de entusiasmo, hasta que ella sentía que no era ( el primero tenía tres hijos pegadísimos a él de su divorcio pasado que no le caían a ella, el segundo viajaba mucho porque laboraba en una línea aérea, y eso a ella no le compensaba, el tercero iba muy bien hasta que en una fiesta en la casa de ella, tomó de más y se puso sentimental, y se puso a llorar delante de su familia, por lo que había sido su vida, lo que le valió la anulación inmediata de su visa en el corazón de mi paciente) Luego apareció Alfredo, un ser callado, divorciado, profesional, con dos niñas en edad escolar; un caballero que se deja llevar, adaptable a las complejidades de Beatriz y su nada sencillo núcleo familiar. La estadística no fallaba, a la tercera salida, ella llegó a la consulta diciéndome:

– «Yo creo que éste tampoco es, él es un hombre bueno pero sin iniciativas, sin motor propio, sin sorpresas para mí».

A lo que la interrumpí:

– «¿Y no te parece suficiente sorpresa, el dejarse llevar, y el adaptarse a tu complejo mundo?»

Hizo como si no me escuchaba y siguió sus estructuradas, y racionales argumentos que ponían a Alfredo ya en la categoría de ex, a lo que sentí que ese, era el momento de acometer:

– «¿No te has dado cuenta de que estás aterrada, que tu mente quiere un amor y tu corazón está tan enmarañado que todo lo sabotea.? ¿No te das cuenta que eso mismo que te libera, te sume en la más profunda tristeza, que por contraste te hace ver todo lo que, por un lado consigues, y que por otro, estás muy incapacitada?»

Hubo un incómodo silencio, y algunas de esas palabras, luego de batirse ante ellas, la lograron conmover, y me dijo lo que llamo las «palabras de luz»

-¿Y qué puedo hacer? Porque creo que lo que describes es exacto, pero muy duro de aceptar.

Le pedí que cerrara los ojos y respirara un rato, luego le dije que visualizara su amor como el salón de una casa y me lo describiera:

– «Es un lugar cálido, lleno de texturas y colores tierra, con luces que vienen de claraboyas muy altas, y ciertas lamparitas indirectas, hay una chimenea encendida y unos muebles que invitan a echarse en ellos, un olor a canela y miel y una música de cuerdas que impone un chello».

La descripción de mi paciente era de una gran calidez, sin duda. Y seguro correspondía a algo muy cierto en ella. No dije nada, y la dejé recrearse, de pronto, la sorprendí con una pregunta:

– «Vete a la puerta de entrada de esa casa, descríbemela».

Hizo una pausa incómoda y exclamó:

– «¡Guao! Es pesadísima, de una madera muy antigua, su cerradura muestra como si hace muchos años no se abre, y tiene moho por las orillas. Además es hermética, no deja pasar ni aire, ni luz».

– «¿Te atreverías a abrirla?»

– «Me da terror, no sé con qué me puedo encontrar; además creo que no voy a poder, es muy pesada y está muy sellada».

Con esa descripción Beatriz había encontrado algo sumamente valioso, los hombres que llegaba a su vida, seguramente, imaginaban ese mundo cálido, pero siempre eran atendidos en el patio de la antesala a la puerta, porque ésta estaba hermética, lo que generaba en ellos miedo, o tanta dificultad que abortaban la misión y lo ponían en boca de ella. Ahora, la tarea estaba en ir abriendo esa puerta, quizás con la ayuda del propio Alfredo quien era el que estaba al bate, pero era necesario, y no sería tarea fácil; de lo contrario, sería imposible entrar, y si encontrara alguien que se metiera por la ventana, también lo echaría de su vida por invasor o ladrón.

Revisemos puertas, ventanas, y el estar del amor, porque al Arca de Noé, se entra sólo en pareja.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga