Hace unos meses, una colega periodista, para una revista en Panamá, me hizo, vía correo electrónico, una interesante entrevista acerca de mi trabajo y cerró haciéndome una pregunta que hoy en día inquieta a mucha gente:

– «Se habla del año 2012 como el fin del mundo, muchas filosofías y profecías lo anuncian como hecho cierto. Tú, como guía de muchos, ¿No te parece que este mundo está demasiado mal, muy lleno de maldad, egoísmo, e insensibilidad, y necesita acabarse; o por lo contrario, te parece que es una especulación como en la que nos hicieron caer para el comienzo del siglo XXI?»

Ante tan importante planteamiento, reflexioné y dije algo que aún hoy respaldo y afirmo:

– «Realmente nuestra cultura es negada a comprender palabras y conceptos como: final, fin, muerte, transformación o cambio; sin darles una connotación trágica y llena de sufrimiento. De allí que nos aferremos a todo, y que nos apeguemos a aquello que, aunque sea por un instante, nos dé la ilusión de ser nuestro. Por lo tanto, ya más allá de las profecías; la astronomía, la física cuántica, la astrología, etc., predicen la transformación del planeta como un hecho cierto e inevitable. Se habla de un cambio de eje fundamental de la tierra. Y para aquellos que, medianamente, puedan estar despiertos a su diario acontecer, creo que es fácil notar que la naturaleza nos muestra algo que se escapa de control que si bien, para ella es perfecto y pertinente; para quienes habitamos este barco es de mucho miedo e incertidumbre».

Lo necesario es que entendamos que la gran transformación ocurre en la vibración, llámese en la frecuencia vibracional, la que nos permitirá, si tenemos consciencia de ella, entrar o no en la nueva rata que se nos presenta, y para alinearse, no hay que ser ni psíquico, ni mago; simplemente se nos hace indispensable utilizar los dos verbos olvidados: detenerse y conectarse.

En una entrevista que leí de Sai Baba, ese gran avatar Indio (hago la salvedad de que fue un ser que siempre admiré y respeté, más nunca he sido su devoto) que encontré en Internet, ante una pregunta similar, donde el entrevistador le comenta el desastre de mundo que habitamos, éste, de forma lúcida responde, palabras más o menos, que él no comparte ese planteamiento del mundo que se vive, al contrario, afirma que hoy vivimos un mundo mucho más consciente, más lúcido y más espiritual del que se vivió jamás. Y lo ejemplifica magistralmente cuando reitera que lo que sucede es que si tuviéramos un cuarto de aperos, o cachivaches en nuestra cochera o cuarto del fondo, y allí hemos tenido, por años, un bombillo de veinte vatios, ¿Qué pasaría si le pusiéramos un bombillo de cien vatios a ese mismo recinto? Seguramente los objetos desordenados, abandonados, arrumados que antes obviábamos, ahora los vemos y nos molestan, al punto de plantearnos hacer algo con aquel recinto abandonado.

Me pareció sensible y brillante esta respuesta. Creo que hoy contamos con una columna de seres humanos que encendió el bombillo de cien, y se ha planteado un giro real hacia el interior (De allí, las cientos de filosofías, religiones, cultos, disciplinas, libros, charlas, seminarios, fundaciones, donde acuden multitudes de personas, independientemente de alguna diferencia tangible entre ellos.) Y todo esto que hoy nos incomoda, llena de ira y de lamentación, tiene lugar gracias a esa luz que entró para quedarse y nos permite establecer el cambio inevitable. Por supuesto, queda mucha gente amparada en el miedo y con ese cuarto casi a oscuras; la vida y este proceso inevitable de cambios, se encargará de encender la luz que corresponda para el giro de corazón necesario para la nueva vibración que simplemente nos permita detenernos y conectarnos, para entrar en la energía transformadora del amor.

El pánico no es el aliado ideal para este cambio, necesitamos alinearnos con ese código de vida que simplemente tiene cosas sagradas y nada fáciles de encontrar como: un abrazo afectuoso, una sonrisa iluminada, un gesto de complicidad, un relax bien concebido, un lealtad decidida y asumida, simplemente es eso.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga