Muchas veces me han escuchado o leído mi permanente recordatorio de que el amor que realmente nos funciona, es el que contiene los dos elementos claves: atención y tiempo. El otro amor, aquél que no contiene estos elementos, no deja de ser una hermosa, pero simple, intención de amor. Justamente son estos dos elementos los que brillan por su ausencia en nuestros tiempos actuales, no hay tiempo para nada, por lo tanto nuestra capacidad de atender, se diluye, dando por sentado y obviando una serie de cosas importantísimas.
Sin duda, hay que abrirle el corazón a la contemporaneidad, a esa velocidad vertiginosa que nos pide correr desesperados y nadie sabe hacia donde, a esa individualidad que nos exige sentirnos únicos en el mundo, etc.; ahora, lo que me parece más inteligente, sería detenernos en ponderar qué es valioso y qué ya no en nuestras vidas, para saber de qué se puede tratar el contenido de las maletas que llevaré en ese viaje hacia lo nuevo y lo actual.
Creo que hay cosas que contienen tanto valor en sí mismas que no tiene sentido salir de ellas y menos olvidarlas, simplemente mantengámoslas y dejemos que ellas mismas se renueven. Entre esas cosas importantísimas considero está el valor de la mesa para comer. Ese centro donde confluye la familia, a ratos, a diario o por lo menos una vez por semana, marca una diferencia fundamental a cuando cada miembro de la familia toma su bandeja y se va a su cuarto. Aunque sea en silencio, en la mesa todos tenemos nuestro sitio, y cuando no estamos se siente, se nota. Allí nos vemos las caras, no nos queda otra que observarnos, verbo difícil de conjugar en las circunstancias en las que vivimos, y es la oportunidad de decirnos, hasta de discutir que, aunque desagradable, es una forma, a veces la única, de acercarnos.
Veo con preocupación como, hoy en día, los comedores están de adorno en las casas, y hasta he visto que, en las construcciones modernas, ya no viene incluida esta área. Cuando perdemos este lugar de encuentro que, a veces se nos hace fastidioso y obligante, perdemos también ese sitio donde nos convoca el corazón de la familia a diario, nos anima a sabernos y a recordar que pertenecemos a un núcleo de amor.
Entiendo la vida moderna y la disparidad de horarios y de obstáculos, pero parte del trabajo de amor con la familia es activar esta área del hogar y ponerla funcional, y pronto, antes de que las áreas individuales y las bandejas nos ganen a nuestros hijos, para luego, sentirlos ajenos y perder quizás uno des pocos recursos que aún nos queda para la unión familiar, y para que los miembros de ésta, se sientan que pertenecen a ella en ese día a día que se nos pasa desapercibido, pero que pesa luego.
Observarse, saberse, y cumplir ciertos ritos familiares aunque pesen y, a veces, fastidien marcarán una diferencia que luego agradeceremos todos. Además, le regalaremos al amor familiar sus dos componentes básicos: atención y tiempo.
Manos a la obra.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga