No me cabe duda que son la soledad y la desolación, temas de gran vigencia que describen el principal problema existencial del hombre contemporáneo, atiborrado de medios para comunicarse desde lo más impersonal, y que habita en el desierto de la intimidad, masticando a diario la impotencia de expresar su auténtica emocionalidad.

La soledad, es característica ineludible de lo humano; nacemos, morimos y vivimos los grandes momentos de nuestra vida y de nuestras múltiples transformaciones, necesariamente solos. Constituye en la madurez del ser, una escogencia válida y cuando nos amigamos con ella, se muestra muy fértil porque termina encontrándonos con lo más fecundo de nosotros mismos, constituyendo una posibilidad de conectar con los otros de una manera más compasiva y profunda.

La desolación, es esa sensación de impotencia al sentir que nuestras expresiones emocionales carecen de formas, de palabras y gestos. Cuando nos tragamos lo que sentimos por ese pánico interno a perderlo todo, a ser etiquetados, a tener que ponernos disfraces, o silencios aprobatorios que nos regalen la falsa sensación de que nada se mueve y que podemos ser amados sin problemas. Esta, se hace crítica cuando tocamos fondo en nosotros mismos, y nos quedamos secos, con un sonido metálico que sólo habla de la sensación de ser indignos de cualquier amor, comenzando por el de Dios, la Vida y hasta el de los seres que nos rodean.

Quizás la descripción anterior también explica cómo la impersonalidad de los medios contemporáneos (Internet, celulares) terminan siendo el único reducto que nos contactan con los otros, con lo más frío, fátuo y superficial de esos otros; llenando nuestra vida de íconos, caritas que gritan la ilusión de que todo está bien y de que cabemos en el mundo de ese otro que cuenta a sus contactos como logros.

En la desolación, nuestras alarmas se inutilizan, las conexiones internas se desvanecen y quedamos a la merced un vacío. Es la dura impotencia de sentir que no tengo nada que dar, por lo tanto, quién puede querer algo de mí.

Diferenciar estos términos nos podría apoyar a conocer más de nosotros, de lo que somos, de cómo manejamos nuestros propios hilos emocionales y acercarnos a descubrir que el amor, no es más que la posibilidad de sentirnos realmente amados dentro.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga