Hemos sido testigos o quizás víctimas, de una especie de nueva fiebre que, basada en la ley universal de la atracción, nos ha venido transformando en una suerte de deseadores anhelantes de algo o alguien que, por una conjunción de pensamiento-materialización, será nuestro fácil y rápidamente. Es aquí cuando comienza una locura que poco nos incluye como humanos, y nos convierte en pequeños y soberbios dioses que, obviándonos, llegan a aleccionarnos de forma contundente.

En 1997 escribí acerca de una herramienta que durante muchos años me había servido de manera significativa: «El Mapa del Tesoro». Récord de venta en Venezuela durante casi cinco años consecutivos, pude comprobar, gracias a este libro lo que hoy expongo, por eso cuando cumplimos diez años de su publicación saqué el audio libro del mismo título donde marcaba la diferencia fundamental.

Creo en el trabajo del amor, el valor de las cosas, el proceso de consecución de lo que deseamos y creo que es esto lo que nos baja de los cielos para plantarnos en la tierra de lo frágil y de lo humano. Todo acto, el realizado y el omitido, tienen una consecuencia; nunca un castigo, simplemente una consecuencia. Si desconocemos estos preceptos de vida, seremos siempre esclavos de lo que deseamos.

Creo también en la Ley de Atracción, y la concibo como una ratificación de nuestro poder enorme de creación. Y eso exige respeto y consideración, no puede ser una suerte de lista de chequeo de lo que me falta, porque siempre correremos el riesgo de atraerlo para que esto nos venga a recordar que no estamos preparados para ello.

En una oportunidad, una muchacha me detuvo en un ascensor y de su cartera, muy emocionada, saco su Mapa del Tesoro de la pareja que deseaba atraer, cuando describió las características del ser, le pregunté:

– «¿Y tú realmente podrás retener y disfrutar de un ser tan perfecto? ¿Estás preparada, has hecho el trabajo contigo?» Ella se quedó muda y terminé diciendo:

– «Lo más probable es que lo atraigas, y este caballero venga a mostrarte que no tienes nada para él».

Recuerdo que lo amargo busca el dulce, no para sentirse dulce, sino para ratificar cuán amargo es.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga