Cuando tomamos conciencia de que este cuerpo que nos contiene, esta mente que nos define y esta alma que nos trasciende, partieron un día de un embrión, esto es suficientemente gráfico para entender de qué se trata el vivir.
Cuando advertimos que hemos dejado dormir nuestra real capacidad de: disfrute, goce, éxtasis y agradecimiento; para andar de la mano de la necesidad de: acumulación, control y poder, podemos deducir el por qué hemos dejado agonizar a un planeta que nos contiene como verdaderos milagros de la creación.
Me llama la atención escuchar algunas veces a personas auto denominarse espirituales, cuando no poseen la más mínima conciencia del arduo trabajo que esto significa. Ese proponernos cambiar los valores antes señalados; más aún cuando, en lugar de irnos a recluir a la naturaleza virgen o a algún centro, nos quedamos en la «locura citadina», viviendo el día a día humanísimo y lleno de tantas contradicciones.
Nuestras vidas van a cambiar necesariamente, y nunca para mal, pero sí tendrá que mostrarnos sus necesarios desórdenes, caos y lados oscuros, porque esto que tanto esfuerzo nos exige esconder, también forma parte de ese coctel que necesitamos descubrir para crecer y transformarnos en este tren evolutivo en el que viajamos.
En una oportunidad, en una charla, un caballero me preguntó:
– «Carlos, ¿qué consideras tú que es un ser próspero realmente?».
Ni siquiera pensé la respuesta y solté esto que para mí es cierto:
– «Cuando alguien, luego de su transitar por el camino del hacer y el tener, codifica con total convicción, que donde lo suelten, no importa qué cultura, qué idioma y qué paisaje, sabrá que puede producir lo necesario y más para vivir. Así, ese ser va viviendo en conciencia próspera, sin la tensión que dan los cambios bruscos de timón que la vida puede accionar».
Manos a la obra hacia una auténtica espiritualidad.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga