Cuando perdemos la posibilidad de conjugar los verbos claves del vivir: detenerse, rendirse, integrar y perdonar; evidentemente terminamos llevándonos todo por delante y nos volvemos prisioneros de algo inexistente, fantasioso e indefinido como lo es el futuro.
– «Le escribo porque me encuentro paralizada de pánico frente a la propuesta de mi hijo de irme a trabajar con él, en una próspera empresa que tiene en el exterior. Esto debido a que me siento muy sola aquí. Pero imagínese, tengo veintiocho años como maestra de pre-escolar, ya voy a cumplir cincuenta años, y soy una mujer de pueblo que no sé si me podré adaptar a una gran ciudad. El tiene tres meses pidiéndome que le responda y yo me hago la loca, al punto que ya está disgustado. No me puedo imaginar en medio de esa locura, sin vecinos, amigos, gente de mi edad, etc. ¿Me puede dar una luz?».
– «Amiga, me parece muy bien que evalúe sus posibilidades y dificultades, eso seguramente la podría llevar a tomar buenas decisiones. A su ritmo, tiempo y posibilidades y no hacer nada de forma radical. Pero lo que me preocupa es su parálisis, ésta regularmente viene dada por irnos a futuro y por supuesto, vernos ahogados en una piscina vacía y no porque lo esté, sino porque aún la piscina no existe. Aquí lo que conviene es una evaluación sincera de su presente: ¿Llevo la vida que me gusta, estoy bien conmigo, extraño mucho a mi hijo y a su familia? Luego de eso, revise dentro de usted cómo le gustaría experimentar este cambio; quizás irse un mes de vacaciones y ver cómo se siente y dejar para luego la gran decisión».
Cruzar el puente sólo cuando tengamos el puente enfrente, es lo que nos permite el paso a paso del vivir. Cuando no he visto el puente y ya me tiemblan las piernas porque no sé si lo pasaré, es un vivir en la irrealidad del futuro y eso nos llevará necesariamente a la angustia.
Vivir la emergencia y el apuro de otros, es una traición a nosotros.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga